Esta semana he recibido con profundo pesar la noticia de la muerte de quien fue vicelehendakari del Gobierno vasco, Mario Fernández Pelaz. Cuando lo conocí daba mis primeros pasos en la profesión periodística en DEIA. Tuve la suerte de asistir al nacimiento, casi desde cero, de muchas de las instituciones que dan sentido a nuestro autogobierno. Y aprendí mucho contándolo, trasteando casi cada mañana por los pasillos de la sede central del Gobierno vasco en Vitoria-Gasteiz.

Entonces era sencillo abordar en persona a los líderes y equipos que protagonizaron la fundación de la Euskadi moderna. Entre aquellas personas extraordinarias, que dejan huella, estaba Mario Fernández. Brillante, inteligente, competente, tenaz, experto negociador, fue uno de los artífices del desarrollo del Estatuto en su primera etapa. Formó parte de un equipo que lideró la transformación de la ruina que recibimos al recuperar el autogobierno en el país moderno que ponen hoy en Europa como ejemplo de superación y resiliencia. Es momento de reivindicar aquella forma de hacer, porque generó comunidad y nació de una competencia y un impulso transformador que seguimos necesitando para no morir de éxito. Que está en las antípodas de la banalidad frívola que permite medrar a tanto mediocre en plazas digitales que venden como debates las más averiadas mercancías. Una pena que el ingenio sólido y mordaz de Don Mario no se haya asomado nunca a colocar en estos soportes cibernéticos, zascas definitivos, inapelables. Misiles tan terapéuticos y certeros como los que redujeron a cenizas a Rodolfo Martín Villa en uno de los eventos televisivos más inolvidables de la historia de la comunicación en Euskadi. Nostalgia.