Volvía a casa en moto cuando confirmé que circular por Gasteiz es un suplicio, especialmente por unos semáforos que logran que tardes 15 minutos en recorrer 500 metros, y pensé, por pensar, que quienes los regulan pueda que fumen cosas potentes o que se descojonen de nosotros mientras aprietan botones. O las dos.
Pasado el mosqueo, cogí la prensa y leí que el INE ha rectificado los datos del PIB sumando 77.000 millones de euros a la economía española que se olvidaron de registrar entre 2021 y 2023. Después escuché en la radio que el CIS otorga 5 puntos de ventaja al PSOE. Flipado, pensé por un momento que, envejecido, había perdido perspicacia para entender noticias, pero luego me comentaron que, de un tiempo a esta parte, la memoria y la política se han vuelto líquidas.
Creí que la liquidez era el dinero encontrado para el PIB, pero me explicaron que era un modo de relato, y pensé, al menos en lo que respecta a esas noticias, que la liquidez se debe parecer a lo que antes llamábamos actos de fe, pues la aparición de miles de millones sin que nadie se ponga feliz como una perdiz o que una encuesta coloque al PSOE en la cima sin que D. Sánchez convoque elecciones ya mismo, debe ser porque las noticias son solo para que nos las comamos porque si, como nos comimos la virginidad o el Espíritu Santo reproductor. Y de repente recordé mis viajes por Gasteiz, los semáforos y sus manipuladores, y pensé si la liquidez es que ahora hay gente que antes de escribir se mete algo más que tabaco en un cigarro, o que hay un pacto secreto para descojonarse de todos nosotros. Sea lo que sea, la liquidez parece significar que todos leemos lo mismo y cada cual concluye lo que le sale, no terminándose por saber lo que de verdad pasa.
Y antes de desfallecer agotado de darle vueltas a la liquidez, leo que D. Casado, ex del PP, ha sido nombrado presidente de una empresa de inteligencia artificial japonesa. Y ahí se acabó la liquidez, me estriño de golpe y me enciendo un cigarro fuertecillo.