He participado en el I Congreso de Liderazgo Consciente titulado BIHAR: el mañana empieza hoy que se ha celebrado en Iruña.
Me animé con el tema del liderazgo político y nuestra implicación personal en construir mejores condiciones, en el ámbito del quehacer de cada uno, para que florezca ese mejor liderazgo que decimos querer e incluso creemos merecer. Partimos de casos polémicos, desde Sánchez y Biden hasta la exprimeras ministras neozelandesa y finesa, Jacinta Arden y Sanna Marin, pasamos por Eleanor Roosevelt y, consultado a Aristóteles, terminamos con la iraní Shirin Ebadi, la filipina Maria Ressa y la turca Ece Temelkuran. Sin salir del Centro Cultural Caja Navarra (CIVICAN), hicimos un buen recorrido por el tiempo y el espacio.
Pero prefiero contarles lo que allí aprendí de otros. En mi mesa participaron Jaume López Hernández, director general de Buen Gobierno, Innovación y Calidad Democrática de la Generalitat de Catalunya, y Leire Iriarte, coordinadora de la asociación El Buen Vivir y alma mater del congreso.
Con Jaume aprendimos, desde su doble posición de académico investigador y de responsable político, cómo el desarrollo personal y el incremento de la consciencia personal pueden formar parte del discurso y de la agenda política y, de este modo, de la forma de hacer y de relacionarse de las instituciones. Jaume nos ofreció una visión, desde el conocimiento y la experiencia, sin simplismos, pero con ambición, es decir, aceptando que “es difícil y no sabemos cómo” y que “da miedo”, pero concluyendo que “cuando la ciudadanía crece, el país crece”.
De Leire aprendimos sobre la relación entre los retos globales, sociales o colectivos y el desarrollo personal. Son dos espacios ineludiblemente imbricados. Es la misma lógica que sustenta ese movimiento internacional que aboga por integrar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) otros objetivos de desarrollo interior. Lo que en inglés dan en llamar los Inner Development Goals (IDG) podrían funcionar como el mejor motor de desarrollo de los ODS.
A mí, bien por tradición, por educación, por carácter o por lo que sea, me cuesta encontrar espacio para atender a estas dimensiones de lo humano y tampoco termino de ver cuál es la tarea de lo público en todo ello. Y por eso agradezco estas oportunidades de aprender. Ni quiero ni puedo cerrar los ojos a la potencia y riqueza de estas experiencias y propuestas, ajenas a mi día a día, pero importantes para construir un mundo mejor.
Leire recordó dos famosas frases que sirven para continuar. Una se atribuye a Gandhi y dice aquello de que debes ser el cambio que quieres ver en el mundo. La otra, también bien conocida, dice que necesitamos más gente feliz en el mundo. Me traigo de Iruña, además de un puñado de buenos recuerdos y nuevas relaciones, el libro de Leire Iriarte que lleva el precioso título de Políticas de la Felicidad.
Hace unos años escribí en esta misma columna en un sentido muy distinto: “Creo que la felicidad no es un criterio que pueda clasificar o dirigir políticas públicas (…) Lo que corresponde a la esfera de lo público es el establecimiento de las condiciones mínimas de libertad, servicios, igualdad y oportunidades que nos permitan construir nuestra felicidad, si queremos o sabemos. Cómo cada uno la busca y con qué éxito, o si por el contrario con sus decisiones se empeña en alejarse de ella, es algo que corresponde a la esfera de sus responsabilidades personales. Denos la sociedad las oportunidades de desplegar nuestras capacidades para construir nuestros sueños y déjese que la felicidad cada uno la persiga (o la espante) como quiera.”
Estoy dispuesto a cambiar de opinión si tocara, dado que no aferrarse a las creencias y convicciones y saber cambiar de opinión es una de las condiciones no sé si de la felicidad o de la sabiduría, que son palabras muy gordas, pero sí al menos de una serena, pacífica y gozosa madurez que es a lo que uno a estas alturas aspira.