Congregar a 92.522 espectadores en un estadio es un éxito; ya sea para un concierto, una celebración cultural o un acontecimiento deportivo. Qué decir si, además, el evento lo siguen por streaming otros dos millones de personas. Pero lo es aún más si el objetivo de todas ellas es ver la final de un campeonato que ha sido creado pocos meses antes y que consiste en un deporte, llamémoslo así, inventado recientemente. Porque lo que se practica en la Kings League es un sucedáneo del fútbol, entiéndase sucedáneo en el sentido más noble del término. Porque fútbol no es, aunque se le parezca mucho y esté repleto de exfutbolistas. Y es que lo que se ha hecho aquí ha sido cambiar las reglas del deporte rey para adaptarlo a un formato más dinámico y dar respuesta a la nueva exigencias de los jóvenes a la hora de consumir contenido: velocidad, inmediatez, multipantalla y no dejar lugar al aburrimiento. Y el triunfo del modelo es incontestable, a pesar de que haya quienes pretenden ocultarlo, algunos por su odio a Piqué y otros porque temen que esto pueda suponer una incómoda competencia para el lucrativo, entiéndase también en sentido positivo, negocio del fútbol. 

Es de justicia, por tanto, reconocer el mérito de quien ha construido este modelo, que ha logrado despertar el interés de una cantidad nada desdeñable de personas. Pero también es cierto que es ahora, una vez pasada la primera oleada, cuando se van a enfrentar al reto más difícil en el que van a tener que demostrar la solidez de su proyecto. Porque resultar atractivo y movilizar a muchísimas personas en tus inicios es un logro, pero lo realmente complicado es mantener vivo ese interés en el tiempo. Sucede con el show business al igual que con otras muchas facetas de la vida, entre ellas la política. De hecho, hay quienes irrumpen con la fuerza y la ilusión de quien va a asaltar los cielos y acaban enredados en el día a día institucional, que es, sin duda, menos divertido, pero mucho más útil para mejorar la vida de la gente.