Aun ‘sin techo’ de Biarritz le cayeron 90 euros de multa durante la celebración de la cumbre del G7 por estar dentro del perímetro de protección, que es la mejor forma de saber cómo situarse uno en el lado equivocado de la vida y que somos pobres solo porque algunos son muy ricos. La cumbre del G7 ha sido un festín de gente desocupada dentro de las reuniones y ciudadanos paralizados en las calles. Estos encuentros, con su pedigrí de señorío mundial, empiezan ya a ser todo un género cercano a un papel couché con más purpurina que la pinpitxosna. Un encuentro de jabugos mundiales que nos dejó demasiadas fotos dentro de la burbuja del lujo y el poder, el paseíllo dulce de las primeras damas y un marco idílico de política y playa blindado frente a las penalidades de sus habitantes. Un escenario desértico, casi como el Mad Max del boato, el surf y esa vitola aristocrática que para veranear nunca sale precisamente barata. A sus habitantes, sin embargo, el final del verano se les ha puesto caro desatascando del todo esa igualdad económica que nunca es posible en Biarritz y mucho menos con una cumbre en todo el medio. Comerciantes arruinados en pleno agosto, médicos que no llegaban a sus pacientes y hasta funerales atrasados porque los señores de la prosperidad económica, política y militar se reunían para sacarse unas fotos. Una fiesta de satén político donde los más ricos sonreían en la burbuja del aire acondicionado y el sumo confort. Estarán mejor el año que viene en el resort propiedad inmobiliaria de Trump en Palm Beach. Será el verdadero colmo de chiringuito donde, al menos, solo se molestarán entre ellos.