CUANDO el árbitro catalán Xavier Estrada Fernández expulsó a Óscar de Marcos hacia el minuto 84 me vino a la cabeza el partido frente al Betis de la quinta jornada, donde Markel Susaeta fue también expulsado al borde del descanso. Aquella falta se produjo sobre el mismo futbolista, el defensa brasileño Sidnei, y de forma similar. Pero ahí acaban las semejanzas. Entonces estaba Eduardo Berizzo y ahora está Gaizka Garitano. Entonces Susaeta salió del campo tapándose la cara y musitando tierra trágame consciente de su error. Ahora recibe el reconocimiento de la hinchada, rendida a un jugador fetén que ha entrado en la leyenda tímidamente, sin estridencias. Entonces el Athletic se defendió como buenamente pudo y se dejó dos puntos. Ahora también se defendió como pudo, pero se quedó con los tres. Entonces Muniain no jugó a causa de unos problemas físicos. Ayer sí lo hizo, marcando un gol antológico. Entonces en la portería estaba Unai Simón, pero ayer la defendía Iago Herrerín, que tiene la Última Cena tatuada sobre su pecho bizarro, o sea, que contaba con la bendición de los apóstoles, Judas incluido, y el mismísimo Jesucristo.
El paradón que le hizo a Sergio Canales se puede catalogar de antológico, y el gol de Iker Muniain parangonable a las mejores esencias de Leo Messi. Ambos retazos, que marcaron el sino del encuentro, quedarán en la retina del aficionado y están dando la vuelta al mundo, como hace quince días provocaron asombro universal las cabalgadas de Iñaki Williams.
Sevilla tuvo que ser, con su lunita plateada, testigo de esta reconciliación absoluta. El paso de los reputados equipos andaluces por San Mamés ha servido para cambiar el ánimo del aficionado, afligido antes, exultante después. Con estas victorias la sensación derrotista, la desazón por un eventual descenso, quedan definitivamente desterrados del imaginario rojiblanco. Tampoco se detecta rastro de aquel colectivo pusilánime, y se puede añadir que el Athletic ha recuperado las esencias que han dado lustre a su historia.
Así que el personal está encantado, pues hace un mes hasta el más descreído ponía una vela de ruega por nosotros a la Amatxu de Begoña y ahora recupera su proverbial fanfarronería, notando que, de repente, resulta que los puestos europeos están a tiro de piedra.
En consecuencia, aquellos debates en tiempo electoral sobre la necesidad de montar una zona de animación, coreografía incluida, caen por su propio peso. Si el Athletic transmite buenas vibraciones, la afición corresponde generosa, como toda la vida. Sufre, goza, se emociona con su equipo del alma y si hace falta monta un enorme barullo en los instantes finales, cuando el Betis aprovechó la expulsión de Óscar de Marcos para lanzar su desesperada y fútil ofensiva.
“El Athletic es muy fuerte físicamente”, justificó Quique Setién, el técnico del equipo verdiblanco. Y tiene razón. Ya no sufre el tremendo desgaste al que le obligaba la estrategia de Berizzo y tampoco tiene otra cosa entre manos que salir del atolladero. Se puede considerar incluso una bendición la eliminación copera, circunstancia que no ha disgustado a casi nadie y de la que ha sacado rédito evidente, pues mientras Sevilla y Betis tienen que hacer rotaciones para no quemar a la tropa, el Atlhetic dispone de tiempo suficiente para el descanso y la recuperación. Y así será hasta final de temporada, con el añadido de la ilusión que vuelve, algo vital para comprender un deporte tan pasional.
Aquel caluroso 23 de septiembre Susaeta mostró una pesadumbre infinita. En este invernal 27 de enero De Marcos sintió una enorme aflicción. Calculó mal y llegó tarde al encuentro de Sidnei porque estaba agotado después de haber realizado, de largo, su mejor partido de la temporada.
El bravo lateral alavés se perderá el apasionante derbi de Anoeta del próximo sábado, tras el cual el Athletic, quien lo iba a decir, puede superar en la clasificación a la Real Sociedad, que en casa tan solo ha ganado dos (Celta y Espanyol) de los diez partidos disputados. Vuelve Iñigo Martínez y tiene tan buena pinta el desafío...