COMENZÓ vacilante, que si hoy me presento, pero mañana no, al día siguiente quizá y más tarde, definitivamente, sí, como iluminado después de un sueño abrasador, y resulta que detrás del aparente desconcierto había un plan. Aitor Elizegi se multiplicó por diez, estuvo en todos los saraos mediáticos, fue soltando sus ideas cadenciosamente y al final tiró de traca, nombres propios. Gente del Athletic con más o menos categoría, pero reconocible y apreciada por el socio. Probablemente en esa exigua ventaja, los 85 votos de margen, tuvo mucho que ver la figura de Rafa Alkorta, convertido en la apuesta del nuevo presidente del Athletic para revitalizar Lezama (el eterno desiderátum) porque, aunque no tenga experiencia en la gestión, se crió en la fábrica y sabe de sobra de qué va este invento del fútbol. Alkorta, sobre todo, retrotrae al socio a un episodio fantástico de la historia rojiblanca. En estos tiempos donde la desafección (Llorente, Amorebieta, Javi Martínez, Herrera, Arrizabalaga...) carcome las esencias del club y lleva el desánimo y la melancolía al hincha, la memoria susurra que Rafa fue empujado a fichar por el Real Madrid muy a su pesar. El club más laureado del mundo, dinero, fama y títulos, y el chico, joder, empeñado a seguir por la senda de los once aldeanos. La leche.

Manolo Delgado... qué quieren que les diga: Asesor externo de una comisión deportiva formada por Ricardo Hernani, Óscar Beristain y Óscar Arce, anunció Elizegi. No se sabe muy bien qué es eso, pero creo que da igual. Manolo es un bilbaino al que le dio la gana de nacer en Alcázar de San Juan. Siempre de buen humor, contagia su bonhomía pero también sugiere felicidad. Nos retrotrae a los años de esplendor, cuando ejercía de preparador físico de aquel equipo ganador diseñado por Javier Clemente a comienzos de los ochenta.

Intuyo que hubo un factor psicológico en los comicios que orbitó en favor de Aitor Elizegi y en contra de Alberto Uribe-Echevarría por su condición de candidato continuista. El proceso electoral ha coincidido con un momento amargo, cuando el socio comienza a interiorizar que la eventualidad del descenso ha dejado de ser una entelequia para alzarse como una amenaza real. Y estos tiempos de zozobra están inevitablemente ligados, por injusto que parezca, a Josu Urrutia y los ha heredado Uribe-Echevarría.

Elizegi, con tan solo aportar buenas palabras y vender ilusión salió fortalecido a los ojos del votante. No es que hubiera un clamor por el cambio, pero sí expresión de hartazgo hacia una gestión que paradójicamente había sido respaldada por abrumadora mayoría dos meses antes, en la asamblea del club. Entonces Josu Urrutia recurrió al anuncio que supuestamente puso en el Times el explorador Ernest Shackleton ante su tercera incursión a la Antártida para reflejar de manera muy elocuente cuál fue su experiencia al mando de la nave rojiblanca y aventurando la procelosa singladura que le aguarda al sucesor.

Y a eso se ha lanzado Aitor Elizegi, que sin embargo apareció en las escalinatas de Ibaigane con el rostro iluminado, a punto de levitar de satisfacción por haber cumplido el sueño: ser presidente del Athletic, quizá el escalafón más alto al que se puede llegar en la sociedad bilbaina.

En vez de un viaje con mil penalidades, los primeros pasos del nuevo presidente sugieren todo lo contrario. Justo lo que el socio buscó con su voto: talante positivo y renovación.

Talante positivo tampoco le faltaba a Uribe-Echevarría, desde luego, ni capacidad, pero se le fue de las manos de puro confiado. Probablemente le faltó dar algún nombre sugerente y le sobraron consejeros, aquellos que dieron por sentado que solo con la inercia alcanzaría para encontrar el éxito.

Se fue Urrutia y sus luces de esplendor se difuminan ante las sombras que atenazan al Athletic. Ganó Elizegi, pero eso no cambia casi nada. Realmente, son malos tiempos para la lírica.