NO sé si calificarlo como vulgar rutina o mero recurso a fecha fija, pero en estos días difícilmente podrá librarse el personal de la mirada retrospectiva de balance que le asaltará en los medios de información habituales. Error. Un balance debería entenderse como un arqueo cerrado y definitivo, un contaje estricto del resultado obtenido, una foto quieta de la actividad realizada. Eso es posible en una contabilidad de empresa y en base a datos comprobados y estables. Sin embargo, es ejercicio inútil pretender un balance a fecha fija de algo tan evanescente, tan versátil como la vida pública. Y aún más difícil es acotar a golpe de calendario los resultados del acontecer político, sometido a algo tan poco previsible como las ambiciones, las estrategias o las maniobras fulleras de última hora.

La recapitulación de lo acontecido en la vida pública en el tiempo fijado por el calendario, 2018, obliga a la reflexión de la inutilidad de acotarlo en ese paréntesis, porque lo que sucedió tuvo su origen en el tiempo anterior y tendrá su continuidad en el tiempo por llegar. Ninguno de los hechos sobrevenidos en 2018 ha quedado solventado de manera estable en el tiempo delimitado en el calendario, porque cada uno de ellos viene condicionado por el pasado y por el futuro. Los grandes medios indicarán cuáles han sido los eventos claves en el año que termina, y los más modestos harán el habitual ejercicio de seguidismo de forma que quedará determinada la mirada sobre los principales hechos y establecida la foto fija de 2018. Así, comprobaremos que todo vino condicionado por calendarios anteriores, que los lodos de este último calendario vinieron de los polvos de anuarios anteriores y que, metidos en el barrizal, todo queda abierto a que cualquier tiempo futuro puede ser peor.

Los balances de 2018 señalarán como trascendental la moción de censura que elevó a la presidencia a Pedro Sánchez, pero este acontecimiento no hubiera tenido lugar sin la corrupción acumulada por el PP desde muchos calendarios antes. Un evento de relevancia, por supuesto, pero que este fin de año sigue sin cerrar porque la jauría de los perdedores acosa al advenedizo de manera inclemente. Destacarán el fin de la mayoría de izquierda en Andalucía, dominio que venía pudriéndose lentamente desde hace lustros y mudanza todavía a medio aclarar al cierre de este año. La crisis catalana sigue empantanada, agarrotada en el enquistamiento, entre la utopía empecinada de unos y la arrogancia inflexible de otros. En 2018 ya ha emergido con descaro global la derecha extrema, desde Bolsonaro a Vox, como continuación de la apisonadora Trump y la contaminación del giro radical en el ¿nuevo? PP. Ha despertado el guerracivilismo fascista sin que pueda vaticinarse hasta dónde proyectan su reconquista, mientras se agita la olla de la crispación.

Se cierra 2018 sin que el cacareado fin de la crisis haya acabado con el malestar social, sin que la excepcional movilización de las mujeres el 8 de marzo haya evitado la persistencia de la violencia machista, sin que los canallas de la Manada estén cumpliendo su condena en la cárcel, sin cerrarse la brecha salarial entre sexos. Arrancamos la última hoja del calendario sin resolver la tragedia de la inmigración que ya en la primera hoja venía sin solución. El cambio de anuario no ha solventado, ni mucho menos, los problemas arrastrados desde muchos calendarios atrás en el acceso laboral de los jóvenes, la precariedad del empleo, el galopante coste de la vivienda, la evidente injusticia de unos pocos ricos cada vez más ricos y unos muchos pobres cada vez más pobres. Cuando caiga la última hoja del almanaque, en Euskadi y Nafarroa aún quedarán pendientes las transferencias, las personas presas seguirán dispersas y los derechos humanos una asignatura pendiente.

Ante el perpetuo tiempo electoral que se avecina, al enemigo ni agua. Ni apoyo a presupuestos ajenos, ni tregua negociadora, ni un solo minuto de respiro. A por ellos y a por ellas. A por Urkullu, a por Uxue, a por Asiron, a por González, a por Urtaran, a por todo lo que se mueva desde el flanco adversario en confrontación interminable. Como venía siendo en 2017 y como será en 2019. Suma y sigue. Así que mejor no hacer balance para no caer en la melancolía más profunda. A la vista de cómo han ido las cosas y cómo puede pronosticarse que van a ir, será mejor aferrarse al sueño de acotar el 2018 que se va, suplicando aquello de “Virgencita, que me quede como estoy”.

Esto no es un balance. Es una patada a seguir.