Asus años y larga trayectoria futbolística, Aritz Aduriz ha decidido reinventarse. Con el personal conteniendo el aliento y el corazón palpitando aceleradamente de pura angustia, al mozo donostiarra no se le ocurre otra cosa que lanzar a lo panenka aquel penalti frente al Girona, en el último minuto, con todo lo que estaba en juego. El personal jaleó su ocurrencia comprobada la eficacia, aunque también juró por lo bajines, será posible. A la siguiente, el sábado contra el Valladolid, Aduriz tiró el penalti de una forma que no se analiza en los entrenamientos, ni tampoco se estudia en las escuelas futbolísticas, pues hay que estar muy sobrado, o ser un zascandil, para pegarla así, cuando el golpe magistral bien pudo acabar en ridículo espantoso desencadenado además la ira de la hinchada, que no tiene el cuerpo para frivolidades.

Así que un partido áspero, de picar piedra, estuvo a punto de pasar a los anales y ser recordado por los siglos por una genialidad, y sin embargo la sabrosura de lo que pudo ser dejó paso a lo que fue, un bofetón en todo el rostro del fatuo destino, que si estuvo lúcido con Aduriz finalmente acabó cabrón, con otro empate, el décimo, y en el último suspiro, que mantiene al Athletic sumido en la depresión.

Cumplida la decimoséptima jornada y con el parón navideño en marcha, resulta que solo el Huesca tiene menos victorias que el equipo rojiblanco. Resulta que sin gol, el fundamento que da la vida a este invento, no se va a ninguna parte, salvo a Segunda. Ocurre también que al amparo de la agonía el fin justifica los medios, un fútbol de patadón y tente tieso que no está sirviendo para sacarnos de pobres.

Ahora bien, tampoco es hora de invocar el Apocalipsis. Un somero repaso a la clasificación al amparo del repunte experimentado con Gaizka Garitano al mando nos puede dar otra perspectiva. Imagínense por un momento que el Athletic gana su próximo partido al Celta y la Real Sociedad, que tiene cita en el Bernabéu, pierde... ambos, rojiblancos y blanquiazules, estarían igualados en puntos, y parecía que los donostiarras poco menos paseaban por el parnaso.

Y además estamos en plena campaña, con los dos candidados contándonos cosas la mar de bonitas y dibujando un futuro prometedor, como es natural.

Antes, en el Athletic, las campañas se resolvían apostando por un entrenador a modo de estandarte. Pero ahora ambos apechugan con el que hay. Así que en la búsqueda de un sesgo diferenciador surgen dos argumentos recurrentes, la filosofía, que no se toca, aunque si uno ha nacido en Minnesota, tiene sentimiento y se le nota mirándole a los ojillos, podría valer, aventura Aitor Elizegi, y otra es la fábrica de Lezama. Un “referente mundial que vive el mejor momento de su historia”, proclama la plancha de Alberto Uribe-Echevarría. Una fruslería, destaca en cambio el equipo del contrincante, que para demostrarlo reparte un informe del CIES donde se concluye que la escuela del Athletic es la cantera número 37 de Europa, y sólo 32 canteranos de Lezama juegan en las “31 grandes ligas del continente”, frente a la del Ajax, que tiene 77, Dinamo de Kiev y Partizán, que le siguen en la lista. El informe no puntualiza que el Ajax recluta niños de todo el planeta, y el Athletic no, obviamente; ni tampoco cuáles son esas 31 grandes Ligas, o sea, que irremediablemente habría que incluir Georgia, Lituania o Kazajistán para llenar tanto bulto y donde probablemente se busquen la vida los chavales que se forjan en el Partizán, mientras los de Lezama van al Athletic o compiten en la liga española, un matiz elocuente. Aunque Urko Arroyo, uno de los nuestros, juega de extremo derecho en el Europa FC de Gibraltar. ¿Se incluye Gibraltar en esas 31 grandes ligas?

Coñas aparte, yo entiendo los esfuerzos que debe hacer Elizegi para luchar contra el establishment que representa Uribe-Echevarría, hasta el punto de imaginar una grada de animación coreografiada y donde lo más gordo que se pueda decir es mecachis. Hay que echarle imaginación, y hasta cuento, o colocar a un montañero corresponsable del área deportiva, por qué no, y hablar y hablar, a veces más de la cuenta, y oler a viento fresco y quizá aprovechar el hartazgo del socio.