Cuentas claras
LO sabemos más que bien: si la naturaleza fuera banco, ya la habrían salvado. Pero no un banco cualquiera, claro. Porque hay algunos, como el banco de alimentos del que hoy vengo a hablarles, cuya caja de caudales equivale a un fabuloso tesoro. Quizás el único error de proyecto sea su denominación: banco. Con el mayor de los respetos del mundo, suena casi insulto. No solo hoy sino tiempo ha. Basta con echar la vista atrás para escuchar, qué sé yo, a Bertolt Brecht. Fue el dramaturgo y poeta alemán el que disparó con balas el cicuta al escribir que robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo.
Haya paz. No se alarmen. Mañana no va a empezar ninguna guerra nuclear. Los bancos no permitirían que ocurriera antes de que terminemos de pagar nuestras hipotecas, ese seres de larga vida, de tanta que parecen inmortales. Víctimas de algunos de sus abusivos usos hay una corte de ciudadanos que recurren al banco de alimentos por la vía del banco hipotecario. El segundo vacía su frigorífico y el primero hace lo posible por rellenárselo. Las cuentas están claras. Los salarios estrechos, cuando los hay, y las anchas dificultades para llegar a fin de mes son los mejores comerciales de un banco como este, donde las imposiciones más comunes son los ruegos y las vergüenzas de quien pide. La sola necesidad de su existencia ya es vergonzosa, piénsenlo.