TANTOS años añorando el viejo Atocha, tan entrañable, donde el rival sentía en el cogote el aliento de la afición txuri-urdin, para esto. Como saben, Anoeta se construyó con sustanciosa aportación de dinero público y eso llevó consigo un peaje, de tal forma que las autoridades del ramo decidieron inocular al flamante estadio una vocación olímpica que ha llevado a mal traer a la hinchada. Arrancar de Anoeta las pistas de atletismo fue una reivindicación legendaria, sobre todo cuando perdía la Real, y ahora que Anoeta vuelve a ser un campo de fútbol como Dios manda y el público está donde debe, no hay manera.

De cinco partidos disputados tras la remodelación, ni una victoria. Hasta el Rayo ha puntuado en Anoeta y el único triunfo del Valencia lo arrancó precisamente allí. ¿Castigo divino? ¿Maldición de la bruja? o simplemente que Garitano no encuentra la tecla propicia, el equipo tampoco da para más y seguramente la plaga de lesiones ha cercenado su potencial. La última, la de Luca Sangalli, ha llamado poderosamente la atención. Sobre todo por las características del mal, un ictus isquémico leve que sufrió el pasado miércoles, y el lugar y la hora en que se produjo, de madrugada, apenas iniciado el examen para sacarse el máster de Ingeniería Industrial en la Universidad de Mondragón. O sea que el mozo, de 23 años, que acaba de dar el salto al primer equipo esta misma temporada, es además un lumbreras que utiliza la cabeza para rematar, pero también para pensar.

La hinchada txuri-urdin le adora y se agarra a él para aplacar sus frustraciones. Han corvertido a Luca en el Héroe de San Mamés. Fue autor de un gol magnífico que reventó al Athletic y sujeto del penalti de Iñigo Martínez (¿recuerdan su ezpatadantza en los morros del canterano?). Luca representa el único referente amable en una temporada discreta (que para sí quisiera el equipo de Berizzo, dicho sea de paso). Por eso en los prolegómenos del partido ante el Sevilla fue recordado con mucho cariño, como es de ley, mientras se coreaba el nuevo himno del club, donde el Aurrera mutilak se ha sustituido por el Aurrera Reala, eliminando así el sesgo machista.

Lo que son las cosas. Sometido a debate público un leve cambio de la sintonía han saltado chispas sobre la piedra angular: la Real. Pero qué coño, lo que hay que eliminar es precisamente el símbolo borbónico que adorna el club, clamaron muchas voces aprovechando la coyuntura, pues fue Alfonso XIII quien ungió con su gracia a la Sociedad de Foot-Ball de San Sebastián desfigurándola de sus esencias para convertirla en símbolo de la rancia monarquía española.

Es lo que pasa cuando se remueven los pilares de un club: salen los fantasmas y lo que parecía signo identitario ahora incluso chirría a poco que uno se ponga digno.

La hinchada de otro club Real, el de Madrid, no creo que se plantee semejante asunto, pero sí lo debería hacer con su himno (los domingos por la tarde, caminando a Chamartín, las mocitas madrileñas van alegres y risueñas porque hoy juega su Madrid), que hiede un tufillo machista que tira para atrás. Y desde luego no voy a escribir sobre Vinicius, pero sí sobre los cojones de Santiago Solari, un técnico elegante y leído que sin embargo recurrió al fundamento más casposo y carpetovetónico del fútbol para expresar una idea. Hubo un técnico, Luiche, que en su etapa dirigiendo al Castellón (1989-91), acuñó un lema a modo de catón de su filosofía parda: las tres uves (voluntad, valor y vuevos). Y seguro que recuerdan al simpar Luis Fernández, que solía decir que quería jugadores con tres cojones, convirtiendo lo que para él seguramente significa bravura extraordinaria en una malformación capaz de provocar a los chicos un complejo atroz.

En fin, que en esas estamos. Franco regresa con un fervor que alucinas y reaparecen los cojones como fundamento para ganar un partido. Y en estas el Athletic juega hoy en casa del Espanyol, donde hace veinte años que no se come un rosco.