Cumplidos los trámites previos, evaluación de ingresos y priorización de gastos, los presupuestos vascos para 2019 han entrado en sede parlamentaria para someterlos a la negociación y el debate político con la finalidad de obtener los apoyos necesarios para que sea aprobada la herramienta más importante e influyente, no en balde la clave de unas cuentas públicas reside en el bienestar de la sociedad. Es decir, deben mantener y/o mejorar las actuales condiciones sociales y deben cubrir las necesidades existentes. Y, para hacer realidad ambas condiciones, se requiere la fortaleza de una economía productiva que, inevitablemente, demanda una inversión pública para generar riqueza.

Estas son, se mire por dónde se mire, los ejes de un debate político para establecer la relación entre ingresos y gastos, dentro de un escenario acotado y sujeto a las normas propias, estatales y europeas. Olvidar estas premisas significa alimentar la paradoja que supone poner énfasis en criterios partidistas y reivindicaciones sociales que se salen del ámbito presupuestario y alejadas de las competencias de quien elabora la herramienta que gestiona el dinero público, fija prioridades, identifica los recursos y los gastos con el objetivo de determinar un estado financiero solvente, fiable y óptimo para la economía de un país. Todo ello con un equilibrio coherente y realista.

Sí. Estas cosas se saben. Pero no por saberlas debemos obviarlas. De lo contrario, se consolida un clima de confusión de planos en el que se pone el foco en los aspectos con mayor eco mediático en detrimento de otros con mayor repercusión para el presente y futuro de la economía vasca. Los presupuestos deben dar respuesta al ayer (recaudación tributaria), el hoy (prioridad de gastos e inversión) y el mañana (previsión de crecimiento económico y creación de empleo). Un dato a tener en cuenta: En la presentación de los presupuestos, el Gobierno vasco señala que “el principal motor que dinamizará el crecimiento del PIB vasco continuará siendo la demanda interna. El gasto en consumo final de los hogares y la inversión empresarial en bienes de equipo serán los componentes líderes en el avance económico”.

Llegados a este punto, puede ser llamativo el peso del gasto social, que representa un 77,9% del total, pero quizás sea más significativo el capítulo de inversiones previstas que experimentan un aumento del 7,4% y vienen a garantizar o consolidar la continuidad de los buenos datos que se registran en estos últimos años, como son la recaudación tributaria, que ofrece cifras récord, y la creación de empleo.

Un buen panorama que está acompañado por la reducción del déficit y la amortización de la deuda, pero que no debiera ser el argumento para exigencias maximalistas por parte de la oposición. Exigencias que, por sí mismas, todos podemos compartir dado su tono solidario y equitativo, pero que deben ser contextualizadas en un espacio más complejo. No es cuestión de hacer comparaciones o proponer dilemas entre subvenciones e inversiones. Cada cual tiene su espacio. Ahora bien, tampoco se debe poner en valor las primeras en detrimento de las segundas porque estas últimas son la garantía de que se podrán mantener aquellas en el futuro. Como tampoco se puede incrementar unas y otras con cargo al déficit público. Sin crecimiento económico y equilibrio financiero no hay futuro.

Las próximas semanas serán decisivas. Pedro Azpiazu, consejero de Hacienda y Economía, dice estar dispuesto a estudiar todas las propuestas de la oposición, pero dice más al asegurar que “es momento para impulsar la inversión y las políticas sociales, pero no de aumentar el gasto de manera irresponsable. Primero porque las reglas no lo permiten y segundo porque no queremos romper el equilibrio presupuestario. (...) La senda de gasto nos limita, pero también la voluntad política del Gobierno de no tener déficit”. Los presupuestos son lo que son: un equilibrio coherente entre ingresos y gastos. La clave está en generar riqueza y no hipotecar el futuro. Romper ese equilibrio por intereses electoralistas es un mal camino.