Perdón
El PP se mueve entre el reconocimiento de culpa de Rodrigo Rato y la agresividad verbal de Pablo Casado para regocijo del PSOE
Ay, fiu (hijo), haberte acordau (acordado) antes”. En un chigre (sidrería) de Madrid, un asturiano nada sospechoso de votar al PP sin esconder la papeleta vociferaba sin recato su sensación más primitiva y sincera al escuchar cómo un humillado Rodrigo Rato, camino de la cárcel, se hacía de carne y hueso para pedir perdón por sus lujuriosos pecados cometidos cuando se creía inmortal e impune. Se asistía fatídicamente así a la fotografía más humillante de aquel aznarismo plenipotenciario y depredador que viene a coincidir con el resurgimiento público y voluntario de su inspirador, el padrino de la actual -que no definitiva- esperanza del PP, Pablo Casado. Sin la sombra de Rajoy, Aznar recupera la cuota de vanidad oculta estos años para ahormar esa derecha intransigente por la que suspira desde que el independentismo puso pie en pared en Catalunya y Albert Rivera, como ahora ocurre con el mensaje legionario de Santi Abascal, arrebataron las señas de identidad del partido que presidió. Así las cosas, el PSOE ríe complacido.
Ya no hay espacio para el guante blanco ni muchos menos para las buenas formas. La política española se mueve entre el sainete y el odio visceral, entre la verborrea y el mensaje adicto a las redes sociales. Que legislen otros. Ocurría esta misma semana cuando se tapaba el hueco para el perdón parlamentario al escuchar cómo Casado espetaba sin enrojecerse “es usted (Pedro Sánchez) partícipe de un golpe de estado para llegar al gobierno”. Al decirlo, sabía que se había apoderado de todas las tertulias y whatsapps con semenjante ocurrencia hiriente.
Sin embargo, el resto de la clase política y la judicatura en especial seguía -y seguirá- con mucha más atención la posibilidad de que tome cuerpo la conmiseración para los imputados en el procès, y sobre todo para Oriol Junqueras, el mirlo blanco de la esperanza. Ahora bien, paradójicamente, ambos escenarios tan antagónicos aparecen interrelacionados. Casado ha optado por increpar como un doberman cualquiera al presidente del Gobierno porque sabe que así se congratula con buena parte de ese espacio ultraderechista que está en un tris de abrazar el desaforado verbo de Santi Abascal. Los supporters del PP afloran encantados con semejante bofetada verbal mientras las mentes juiciosas del partido lamentan en silencio semejante patulea. Pero el presidente del PP es prisionero de sus vivencias juveniles en medio del absolutismo de Aznar, la dictadura interna del general secretario Álvarez-Cascos y las correrías de Rato. Por todo ello, que Sánchez espere sentado la petición de perdón.
Tampoco el PSOE anda llorando por las esquinas con la huida al monte de los populares. Sabe que le favorece, sobre todo ahora que le llega la dura prueba del nueve de las elecciones andaluzas. El sórdido mensaje de Casado ensancha los espacios ideológicos. Eso sí, en menores cotas que las reflejadas por la sobrecogedora encuesta del CIS -José Félix Tezanos debería cortarse un poco en su euforia- aunque aporta el suficiente margen para que aquellos miles de socialistas que en su día cayeron en la abstención y el castigo por el giro derechista de su partido salgan de sus casas hacia las urnas. Tras la frustrante experiencia de Dolors Montserrat con su hilarante pregunta sobre la descoordinación del Gobierno hace una semana, ahora Casado tampoco rentabiliza su incontinencia.
Otra cosa bien distinta es la suerte judicial de Junqueras. A su destino va parejo la resolución, siquiera temporal, del conflicto catalán. El enrocamiento de la Fiscalía en las penas más gravosas para los líderes independentistas, y sobre todo para aquellos que ya han agitado el pañuelo blanco de su retirada revolucionaria dinamitaría la esperanza de una solución democrática digerible. Pero en el ambiente flota la sensación, cada día con más fuerza, de que se está adecuando un espacio idóneo para la distensión con la aquiescencia bien asumida de los dos gobiernos hasta ahora enfrentados. Pablo Iglesias no fue al mediático vis a vis con el líder espiritual de ERC para hablar de los Presupuestos del Estado español. A ninguno de los dos les preocupa en exceso cómo se va a resolver el déficit galopante de las partidas acordadas por la mayoría de izquierdas ni mucho menos la hipoteca para los años venideros. Ni tanpoco empleó las dos horas de conversación con el lehendakari Urkullu para ver cómo sacaban adelante las Cuentas vascas. Es el momento de sentar las bases para apuntalar nuevo orden parlamentario para su supervivencia y así favorecer el debate sensato sobre la España plurinacional y el futuro de la bilateralidad bien entendida entre el Estado y Catalunya. Cada perdón tiene su tiempo.