Escribo estas líneas, les confieso, con creciente turbación e inquietud. Podría decir (parafraseando la moneda del amor), que hoy estoy más preocupado que ayer, pero menos que mañana. Es cierto que hoy podríamos escribir sobre muchos temas que ocupan las portadas de los medios de comunicación: Nuevos impuestos, presupuestos, precariedad laboral, etc. Cada uno de estos temas son indicios de una sociedad frágil, cuyos síntomas más evidentes (paro, pobreza y desigualdad) provocan desasosiego en unos, indignación en otros e indiferencia en muchos.

En este punto, y con permiso de Juan José Ibarretxe, hago mía su idea de “olas insistencialistas” (plasmada en un interesante artículo publicado ayer en este periódico), para definir esos indicios y síntomas que marcan el día a día de las urgencias sociales y condicionan la gestión gubernamental y de la oposición. Son, en efecto, olas insistentes y permanentes que, en el caso que nos ocupa, azotan el litoral social y económico con mayor o menor fuerza en función de las causas coyunturales que las provocan, ocasionando más o menos daño en base a las medidas preventivas y estructurales que se tomen para evitar ese daño.

He aquí el origen de la idea que hoy deseo transmitirles en estas líneas. Observemos, por ejemplo, la ola insistente del recibo de la luz. Las últimas medidas tomadas por el gabinete de Pedro Sánchez, consideradas como un ‘plan de choque’, para abaratar el recibo de la luz, cuando en realidad son paliativas o atenuantes al incidir provisionalmente (suspensión durante 6 meses del impuesto a la generación) en la factura eléctrica, mientras el punto nuclear de su encarecimiento viene dado por las características singulares que rodean la llamada subasta eléctrica diaria, que registra subidas exponenciales en el precio de la energía. Un sistema tan complejo como difícil de entender.

Una segunda e insistente ola nos habla de pensiones, de revalorización a corto plazo y sostenibilidad a largo. Aquí, la incongruencia alcanza niveles superlativos. Hace menos de un mes, Pedro Sánchez se mostraba ufano y complaciente al asegurar que “Hemos cumplido con los pensionistas este año y lo haremos el próximo año también”, cuando semejante medida la había tomado el Gobierno de Rajoy como plan de choque y a sugerencia del PNV, cuyos votos eran los imprescindibles para poder aprobar los Presupuestos de 2018.

Claro que lo verdaderamente espinoso es que un plan de choque se convierta en un choque de planes, como el escenificado esta semana entre las ministras de Economía, Nadia Calviño, y de Trabajo, Magdalena Valerio. La primera, pretendiendo calmar la inquietud de la UE, manifestaba en el Ecofin que el Gobierno no es partidario de revalorizar las pensiones solo en base al IPC. Poco después, la segunda llamaba a la tranquilidad al FMI, reticente a esta revalorización de las pensiones y declaraba, mientras escuchaba el eco de la protesta de los pensionistas en sede ministerial: “hay que hacer dos cosas: Vincular las pensiones a la subida del IPC para garantizar el poder adquisitivo de nuestros pensionistas y hablar de financiación del sistema público de pensiones y de Seguridad Social en general”.

Son dos ejemplos que se proyectan de forma lógica en un escenario electoralista. Tal vez debiera decir bucle electoral. En él andamos metidos y, lamentablemente, poco ayuda a la cordura de propuestas de medidas estructurales ni a la veracidad de los análisis coyunturales. Con el agravante (todo puede empeorar) de la indiferencia generalizada, no frente a esas olas insistencialistas, que son los síntomas, sino ante las causas que las provocan (fragilidad estructural) y los daños ocasionados por la falta de medidas preventivas.

Así, en medio de la indiferencia, cualquier plan de choque se convierte en un choque de trenes que pone en riesgo la propia democracia porque, como muy acertadamente señala Obama hace unas semanas: “La mayor amenaza a nuestra democracia no es Trump, es la indiferencia y el cinismo”. En efecto, la indiferencia es el peor de los males, porque puede ser el caballo de Troya en el que esconden las argucias de unos hacer ver que dicen querer frenar las olas insistencialistas, pero no sus causas y lo hace en nombre de la democracia ante una sociedad indiferente.