el mundo ortodoxo se enfrenta actualmente a su mayor cisma y -como casi siempre en la Europa Oriental- más por cuestiones de poder terrenal que de razones dogmáticas. La actual crisis es oficialmente la pretensión de independización de la Iglesia Ortodoxa ucraniana de la rusa, del Patriarcado de Moscú; con otras palabras: un paso más en la ruptura ucraniana de todos sus lazos con Rusia.

Naturalmente, el problema es más complicado de lo que parece. A más de la pugna hegemónica entre Kiev y Moscú, la historia se complica con un componente personal y otro económico. El personal gira principalmente en torno al patriarca de Moscú -Kirill-, quien sigue de pies juntillas la tradicional sumisión de la Iglesia Ortodoxa rusa al poder político de Moscú, pero trufando su mandato (fue elegido patriarca el 2009) con una conducta egocéntrica, ególatra y autoritaria que le ha enfrentado con buena parte de las jerarquías canónicas ortodoxas y enemistado claramente con el patriarca ecuménico de Constantinopla -Bartholmaios-, jefe espiritual de mundo ortodoxo (unos 250 millones de personas). Y la motivación político personal es tan evidente que la petición de separación dirigida al Patriarca de Constantinopla la hizo el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, antes que el Patriarca de Kiev.

Para complicar aún más el conflicto, la querencia autonomista de la Iglesia ortodoxa ucraniana plantea un problema de imposible solución jurídica. Y es que al ser el mundo eclesial ortodoxo autocéfalo (cada nación se gobierna eclesialmente con absoluta independencia), no existe ninguna norma ni ninguna institución que reglamente o decida sobre un movimiento de escisión como el ucraniano. El Patriarcado de Constantinopla tiene una primacía protocolaria en el mundo ortodoxo, pero poco más.

Y a eso se añaden un par de problemas muy terrenales, económicos y políticos. Uno es que dado el carácter eminentemente político de la escisión, las naciones ortodoxas vecinas se alinean con Moscú o Kiev según los intereses de los respectivos Estados, y no de las razones dogmáticos -si es que hay alguna- o de Derecho Canónico.

Por último y en última instancia, la decisión real y de consecuencias económicas va a ser a fin de cuentas la del clero raso ucraniano y no la de la jerarquía. Porque, si un párroco de cualquier rincón (o muchos rincones) de Ucrania decide seguir fiel al Patriarcado moscovita y no acatar la separación, ¿ qué va a hacer el Patriarca de Kiev ? Ni tiene fuerzas policiales o militares para meter en cintura a los rebeldes ni es fácil que el Presidente Poroshenko ponga sus fuerzas al servicio del patriarcado de Kiev.