ESTA semana la convulsión nos ha llegado desde dos extremos muy diferentes. Por un lado, el fallecimiento de Monseñor Setien y por la otra, un nuevo posible -y sucio- episodio de corrupción en España y en la dinastía Borbón.

La primera me ha llenado de tristeza, de reconocimiento y agradecimiento a quien fuera obispo de Donostia, la segunda me ha dado ganas de vomitar y refuerza las ansias republicanas de quienes pensamos que la monarquía no es un régimen aceptable por no ser ni igualitario ni democrático en su propia esencia. Y menos esta, que fue decidida por aquel general que llegó al poder y gobernó a golpe de asesinatos, torturas y negación de los mínimos derechos ciudadanos.

Tuve la inmensa suerte de conocer al obispo Setien, y quiero dejar ese testimonio hoy aquí. Le recuerdo como un hombre fuerte, tenaz, aparentemente duro pero suave, cariñoso y atento con una política joven que intentaba aprender y aportar algo a este país nuestro.

Es verdad que era un hombre de alto nivel intelectual pero también mucho más: hombre de iglesia, de creencia abierta y social. Utilizó su intelecto para el bien común, se comprometió con la paz en nuestro pueblo que sufría la existencia de un conflicto político que dio como resultado violencia y dolor. Y que él definió como sujeto político originario.

He echado de menos en ciertos ámbitos políticos y eclesiales católicos un laudatorio merecido. E incluso me he escandalizado con salidas de tono como la del señor Alonso del PP que se despachó con “a Setien le faltó comprensión con las víctimas de ETA”. Mal gusto, injusto y aprovechado.

La amante durante muchos años de Juan Carlos de Borbón ha contado lo que ya se decía por lo bajini desde hace mucho tiempo y que no se atrevían a sacar los medios: enriquecimiento aprovechando su estatus de rey, operaciones opacas en paraísos fiscales, vida licenciosa y de grandes lujos pagados por? etcétera. Lo de la cacería aquella que le hizo abdicar va a parecer ahora una fruslería; lo lógico ahora es que esas revelaciones hirieran de muerte a una monarquía a la que intentaron lavar la cara y salvar con su renuncia.

Las declaraciones de Corinna Larsen están removiendo los cimientos de quienes han dado por bueno lo inmoral en la clase dirigente y nunca en la vecina del quinto. No entro a valorar moralmente qué me parece que un rey paseara públicamente y en actos oficiales con una que no era su esposa (allá su familia), pero tengo criterio al respecto.

Pienso que la fiscalía tan diligente habitualmente en nuestro país para ver terrorismo hasta en las fiestas de los pueblos debería investigar qué pasa en este caso. O la Agencia Tributaria que también podría indagar de oficio qué pasa con las declaraciones a Hacienda de ese señor. Ahora que se les llena la boca de la palabra transparencia sería un buen ejercicio que la casa Borbón informara sobre sus bienes en el extranjero.

Es de risa que tengamos que aguantar lo de que el rey emérito es inviolable (lo decidieron de manera apresurada cuando abdicó. ¿Sabían que podían aparecer asuntos como éste?). Resulta que ese señor es intocable incluso en casos de delincuencia y los y las políticas catalanas, que cumplieron sus compromisos electorales democráticos, están en la cárcel.

En resumen, parece que lo de robar descaradamente es cultura dominante en España, como cuando la collares iba por las tiendas de Madrid y cogía lo que quería diciendo que mandaran las facturas al Pardo. ¡A ver quién era el guapo que lo hacía! (Mi madre fue testigo en Madrid de cómo se avisaban los comercios para cerrar antes de que llegara).

La monarquía debería caer por su propio peso, o mejor, bajo el peso de la justicia.

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