HACE unos meses, el mediático Xavier Sardà escribió un artículo en el diario catalán El Periódico bajo el brillante título de Llarena, déjalo ya. Obviamente, el texto argumentaba que las tesis del magistrado Pablo Llarena que instruye la causa del procés se iban cayendo una a una y que era mejor dejarlo como estaba. Es evidente que el juez no hizo caso. Más bien al contrario, ha seguido insistiendo en que lo que ocurrió en Catalunya en relación a la consulta del 1 de octubre fue una rebelión impulsada desde la Generalitat para forzar la independencia, un golpe de estado violento contra el orden constitucional. Ahora, un tribunal alemán le ha venido a decir al juez del Tribunal Supremo lo mismo que Sardà, pero en lenguaje jurídico: Llarena, déjalo.

Da cierta pereza y provoca mucha irritación insistir una y otra vez en lo obvio: en Catalunya no ha habido golpe de estado alguno, no ha habido una rebelión ni sedición, no ha habido violencia más allá de la policial y la del Estado. Y la judicial.

El fallo del tribunal de Schleswig-Hostein se lo repite -ya se lo dijo en su día- bien claro a Llarena: no ha habido el grado de violencia suficiente, Carles Puigdemont “no fue el líder espiritual” de los (escasísimos) incidentes -que, en todo caso, no eran definitorios ni necesarios para el objetivo de celebrar un referéndum- y únicamente implementó la consulta. Ya es oficial: Llarena se ha quedado con una causa sin rebelde. O sea, sin causa. Porque lo de la malversación -único agarre que tiene ya- le costará probarlo, tal y como ya dijo el ministro Cristóbal Montoro. Vamos, todo lo que venimos repitiendo una y otra vez durante este absurdo proceso.

El bofetón en pleno rostro -y, entre líneas, unos buenos azotes en el culo- que ha recibido Llarena no le harán desistir. A buen seguro, seguirá buscando alguna forma de ingeniería judicial para cazar, sea como sea, al expresident. Y si Puigdemont -que ha sido capaz de rentabilizar su persecución y ha llevado a altas cotas la internacionalización de la causa catalana- no comete errores, volverá a hacer el ridículo.

En todo caso, la cuestión sigue donde estaba: Puigdemont, en el exilio alemán, libre pero pendiente de una extradición por malversación; y sus subordinados, en prisión acusados de un delito -rebelión- por el que él nunca podrá ser juzgado y condenado. Eso, se mire por donde se mire, se llama desigualdad. O sea, injusticia.

El descrédito de Llarena ante toda Europa es el de la justicia española y tiene muy difícil salida. El cambio de gobierno está permitiendo encauzar el conflicto catalán por vías de diálogo que ojalá prosperen. Es presumible que, ante esta decisión de la justicia alemana, Pedro Sánchez haya respirado aliviado, porque distensiona el clima y ofrece una salida digna. Lo difícil será que alguien convenza a Llarena de que “lo deje ya”, ponga en libertad a los presos políticos y desista de la rebelión y la sedición.