TRAS concluir los procesos internos de los partidos políticos, suele decirse aquello tan recurrrente de “la militancia ha hablado”. Ayer no fue así, por mucho que tuviera lugar el hecho ciertamente histórico de la primera votación de primarias para elegir al líder del PP. Los prolegómenos, el ínfimo número de afiliados inscritos para participar, la palmaria ausencia de un debate político o ideológico digno de ese nombre, la propia votación -plagada de denuncias de irregularidades- y el resultado indican a las claras que nada ha cambiado en el PP. Es más, puede anticiparse que, visto lo visto, nada va a cambiar en la formación popular. Al menos, a mejor.

El pase a la segunda vuelta de Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado es una prueba de que el PP ha elegido, como era de esperar, el principio lampedusiano de cambiar para que nada cambie. Es de todo punto imposible que quien está bajo sospecha por comportamientos poco éticos -el vertiginoso título académico de Casado...- o quien ha sido la mano derecha de Rajoy en el Gobierno, como Santamaría, puedan abordar el necesario, urgente y doloroso proceso de regeneración.

Durante este debate interno se ha hablado de depurar el censo de militantes -eufemismo que indica que es ficticio-, pero es el propio PP el que debe depurar sus estructuras, sus cargos, su ideología, sus principios éticos y, en definitiva, el partido.

La gran pregunta es si cualquiera de los dos candidatos en pugna tiene capacidad y posibilidades de afrontar un proceso de estas características. Todo indica que no.