El Brexit -la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea- se está convirtiendo en un auténtico parto de los montes, tanto que el ex primer ministro británico Blair llegó a decir que hasta que no se certifique la salida, el país sigue siendo miembro de la Unión Europea (UE).

Claro que de todas las posibles soluciones de este proceso, la continuidad del Reino Unido en la UE es, de lejos, la menos probable de todas. La movilización del orgullo nacionalista y el substrato xenófobo de la población británica han sido potenciados tanto en la votación que generó el Brexit que ni siquiera un Gobierno muy fuerte podría invertir ahora el proceso. Y el Gabinete conservador de Theresa May es todo lo contrario de un gobierno fuerte dirigido por un líder carismático.

Y para colmo, los problemas más intrincados y envenenados de este proceso son mayormente británicos: la intolerancia de los protestantes irlandeses -imprescindibles para que los conservadores sigan gobernando en el Reino Unido- a toda medida que pueda insinuar ni lejanamente una reunificación de Irlanda; las pretensiones de Escocia y Londres de ser exceptuados del Brexit para seguir beneficiándose de sus privilegios (petróleo y metrópoli comercial, respectivamente). Todos ellos son problemas exclusivamente británicos, pero que emponzoñan la negociación del Brexit.

Hoy por hoy y pese a los avances conseguidos en la primera etapa -la de los acuerdos de principio- de la negociación, es muy difícil cualquier pronóstico sobre su desenlace. Pero como primeras alternativas se perfilan ya dos soluciones. Una es la muy unionista del pase de Gran Bretaña, incluidos el Ulster, Londres y Escocia, de miembro pleno de la UE a mero miembro del mercado interior de la UE; y la otra, un tratado de libre comercio entre la UE y el Reino Unido.

Tanto Bruselas como Londres aspiran ante todo a la primera solución, pero nadie puede predecir al día de hoy la vitalidad que tiene el orgullo teñido de xenofobia de los partidarios del Brexit duro y radical o la flexibilidad de los unionistas del Ulster. En realidad, es el viejo dilema de la política cuando esta se plantea como una elección entre las vísceras y la razón.