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El poder de las bestias

El poder de las bestias

DE lo que tengo miedo es de tu miedo”, dejó escrito William Shakespeare. Quinientos años después, la frase tiene, al menos, tanta vigencia como entonces. ¿Por qué invocar a los fantasmas del pánico a estas alturas...? Esa sensación ha sido, desde entonces y aún mucho antes, una herramienta de uso común de los cobardes para aplicar la mano de hierro de las dictaduras; la regla en las yemas de los dedos de los profesores obtusos e incapaces; el “por que lo digo yo” sin razones, ni siquiera ocultas, de los jefes huérfanos de liderazgo que se imponen a voces; el amor (¡ay, que me río!, con perdón...) entendido como una esclavitud de grilletes y juramentos malentendidos; los padres a la fuerza bruta: el poder de las bestias, en suma. El que usan los débiles para imponer su retorcida ley.

Cada vez que se escucha la voz de denuncia de una mujer que clama contra el abuso de fuerza o la violencia sexista uno siente vergüenza de sus congéneres. Cómo no sentirla. Incluso duele como una daga en el costado pensar en la posibilidad de que alguna vez, algún día y sin percatarse, dejó pasar la ocasión de frenar una de esas escenas que, mea culpa, no pensó que eran duras de roer. Quizás porque estaban en el tuétano de una educación a la vieja usanza, quizás porque miramos, miré, hacia otro lado.

La educación. Esa es la madre de todas las curas. En la distancia corta, no se trata de decirle a la mujer qué ha de hacer sino al hombre qué no, qué frontera no puede pasar. Pero dicho así suena a parche, a dosis de medicinas paliativas. La salud a largo plazo pasa porque no quepa en cabeza alguna esa actitud. No se trata de que el violento se contenga; se trata de que no exista. Ya sé que dicho así suena al artículo número uno de la Constitución del país Utopía, pero ese debiera ser el son de una sociedad madura.

Que no se malinterprete: esta bien que esa asignatura contra la violencia sexista se imparta pero creo que la materia se queda corta. Hay mucha confusión, mucha ignorancia, mucho rencor e idiotez. Por supuesto que es un oprobio solo pensar que hay mujeres culpables porque aguantan y que es un paso adelante el logrado cada vez que una joven se decide a poner una denuncia. Hay que trabajar contra el hoy como prioridad pero creo que no todo pasa por ahí. ¿Buscarle una salida a la víctima, no estigmatizándola?, por supuesto.

Entre todas estas declaraciones leo que “hay que dejar claro que no todos los hombres son agresores” (¡solo faltaba!) y suena a purga. Si uno lee las palabras del ingeniero de Google que tanto revuelo armaron se intuye que los cimientos son pantanosos. “Las opciones y las capacidades de hombres y mujeres divergen, en gran parte debido a causas biológicas, y estas diferencias pueden explicar por qué no hay una representación igual de mujeres (en posiciones) de liderazgo”. Si se invoca a la ciencia...¡adiós!