VIÉNDOLAS en pie de guerra conmueven y emocionan en su lucha. Les hablo de las mujeres afectadas por ese ejército de células malignas que trae consigo la maldición del cáncer de mama. Pese a que en numerosas ocasiones pierde el pecho en esa dura batalla, viéndolas en acción -el espejo de Acambi es una buena colina desde la que observar cómo se desenvuelven...- la conclusión es inequívoca: son mujeres de una pieza.
No debiera extrañarnos. Basta con cerrar los ojos para verlo. Cerrar los ojos y escuchar las palabras de Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas durante diez años y premio nobel de la Paz, cuando dijo que “en sociedades destrozadas por la guerra, frecuentemente son las mujeres las que mantienen a la sociedad en marcha... Usualmente son las principales defensoras de la paz”. Por sus venas corren caudales de rebeldía y supervivencia. Se diría que es algo casi genético.
En ese tropel de milicianas que levantan barricadas al mal hay una palabra que se aborrece: la compasión. Y la inmensa mayoría de ellas no dan pena, dan ejemplo. Siglos de lucha en tantos y tantos frentes les han curtido, formándolas no solo para la resistencia sino también para salir adelante. Verlas en el fragor de su lucha sobrecoge, sobre todo porque usan un arma casi invencible: la sonrisa.