la radicalización política emprendida por Erdogan en los últimos años tiene no solo como víctimas principales a la minoría kurda y a los laicistas del país, sino también -y casi como daño colateral- a los arameos del sureste de la República.
El nombre de arameos se lo dan a sí mismos los cristianos sirio-ortodoxos de los territorios de la otrora Mesopotamia otomana -el actual Kurdistán turco- en recuerdo a sus orígenes étnicos, ya que hace más de 2.000 años pertenecían a la gran masa de arameo parlantes del Oriente Medio.
Esos arameos de Turquía constituían una comunidad numerosa y prospera, fuertemente anclada en sus costumbres y creencias de antaño. Pero a partir del brote de xenofobia de los últimos años del sultanato que culminaron con el genocidio de los armenios en 1915, los cristianos de aquel entonces también fueron perseguidos con saña: matanzas y expolios. De la persecución de los armenios se ha hablado mucho y apenas de la de los cristianos, pero esta última ha sido tan eficiente que hoy en día no viven más de 2.000 arameos en un territorio que en el siglo XIX albergaba varios cientos de miles. En Estambul mismo viven actualmente cerca de 20.000 arameos.
La actual Administración turca ya no practica genocidios, pero está procediendo a una expropiación de los bienes eclesiales cristianos que aún existen en el sureste del país, incluyendo uno de los monasterios más antiguos de la cristiandad: el de Mor Gabriel, construido el año 307. Para ello, las autoridades echan mano de leyes de los sultanes, que habían donado muchas de las propiedades eclesiásticas cristianas a las aldeas vecinas.
Lo que para el sultanato fue una medida xenófoba más, para el Erdogan enzarzado en una lucha implacable contra el autonomismo kurdo no constituyó más que una ganga oportunista. En su lucha sin cuartel contra las ambiciones de la mayor minoría del país (los kurdos constituyen casi el primer grupo del censo total) y, en especial, el Partido Comunista Kurdo (PKK), el Gobierno de Erdogan recuperó la legislación anticristiana del sultanato para recompensar con los bienes aún en posesión de iglesias y monasterios arameos a los kurdos que colaboraban con el Ejército contra el PKK.
El expolio resultaba jurídicamente tanto más fácil de llevar a cabo cuanto que la Iglesia Sirio-ortodoxa no es reconocida por Turquía y por tanto no puede personarse en los juicios de expropiación de los monasterios y parroquias de su fe.