DESDE aquel lejanísimo 28 de agosto, en plena canícula, hasta el pasado domingo, diecinueve equipos han pasado por San Mamés y ninguno de ellos fue capaz de doblegar al Athletic, con lo cual, y con razón, los analistas de la cosa futbolística dictaminaron que el estadio bilbaino es una catedral repleta de almenas. Y en esa cantinela vino el Real Madrid: si tomamos la fortaleza, la Liga es nuestra. Qué quiere que les diga que ya no sepan. Aquel lejanísimo 28 de agosto ganó el Barça. Casi siete meses después ha sido el Real Madrid quien rompe el sortilegio. En pura lógica es hasta normal. Se trata de los dos mejores equipos del mundo, probablemente. Ante ambos rivales, tanto en casa como en el Bernabéu y en el Camp Nou, el Athletic supo competir bien y sin complejos. Quizá por eso afirmó Ernesto Valverde: “Hemos merecido bastante más que perder”. ¿Incluso ganar? Es posible. Pero el fútbol tiene unas rígidas normas: hay que meter un gol más que el contrario.

Sin embargo la derrota ha dejado un poso amargo en el hincha, superior al imaginado frente a otro contendiente o ante este mismo, pero en otras circunstancias. Dicho de otra forma: la victoria ante al Real Madrid seguida del triunfo en Anoeta habría tenido consecuencias analgésicas, cauterizando la profunda herida dejada por la eliminación europea ante el APOEL chipriota.

Paradojas de la vida: si el Real Madrid hubiera doblegado al Athletic imponiendo la ley del más fuerte, o con un puñado de goles, la afición se habría marchado del estadio resignada, qué le vamos a hacer, pero sin ese regusto a hiel por un inmerecido fracaso. Porque hay que ver lo mal que sienta eso que se ha dado en llamar victoria moral, que no da puntos y aflige el ánimo.

Para más inri fue Casemiro, un tipo tosco, avezado en artimañas y sin glamur alguno, el muñidor de la derrota. Primero construyendo la jugada del primer gol madridista y sentenciando el partido con el segundo después de parar la pelota y templar el chut ante un vencido Arrizabalaga y entre la más absoluta desidia de los defensas rojiblancos. Fueron “dos chispazos”, dijo luego Valverde, y con tan poco se electrocutó el Athletic.

Porque, de haber sido Cristiano Ronaldo, por ejemplo, y si encima nos restriega su estridente ¡¡¡siiiiuuu...!!! por los morros, al menos el hincha habría sufrido una súbita descarga de adrenalina, lo cual atempera la cólera. Pero no. La criatura se fue por cuarta vez consecutiva sin marcar en San Mamés, y eso debe quebrantar su vanidad. Y encima Zinedine Zidane opta por sustituirle, y sacar a Isco cuando la suerte del partido aún estaba en el aire. El personal aprovechó para despedirle con una sonora pitada, como es natural, en recuerdo de tropelías pasadas y musitando que tal vez algún día nuestro Iñaki Williams...

Dado el perfil de la ingrata derrota había que buscar atenuantes por donde fuera: pongamos que perdió la Real; también el Villarreal, y los perseguidores, Eibar y Espanyol, empataron entre sí, lo cual deja al Athletic con las mismas circunstancias, anclado en la séptima plaza y la íntima sensación de que el equipo acometerá el tramo final del campeonato con moral, espíritu y ganas.

Curiosamente, el Bilbao Athletic también está séptimo, y por si sirve da fatuo consuelo ayer ganó al Real Madrid Castilla el duelo de filiales (2-1) y encima su portero Enzo, el hijo de Zidane, falló un penalti y hasta fue expulsado. A resultas de estos dos chispazos, Cuco Ziganda celebró a lo grande el triunfo. ¿Será verdad que en pocos meses le veremos dirigiendo al primer equipo? “No sé que prisa le ha entrado a todo el mundo” exclamó resignado Valverde cuando por enésima vez se le preguntó el sábado por su futuro. Pero hombre: qué otra cosa puede ocurrir si detrás de esta curiosidad tenemos al mejor equipo del mundo tentando como diablo en cuaresma y a nadie le gusta la incertidumbre.

Luis Enrique dijo hace tiempo que se iba del Barça, y ya no le preguntaron más por el asunto. Tampoco a Quique Setién en Las Palmas, que también anunció que lo deja. ¿Se habrá cansado Valverde? Con lo mucho que le queremos...