NO estaba Ernesto Valverde para soplar velas, y al paso que va corre el riesgo quedarse con un rictus de color angustia, pues el hombre exterioriza con mucha franqueza la desazón que le atrapa cuando todo se tuerce. Pero ahí está ese récord, nada menos que 290 encuentros dirigiendo al Athletic, superando al legendario Javier Clemente, y lo que te contaré morena. Porque renovará el contrato, ¿no es cierto?
Al término del encuentro de ayer su colega Voro le regaló un efusivo abrazo, fundiendo en el gesto la franca estima que le profesa desde que ambos coincidieron en el club levantino, justo antes de fichar por el Athletic, y lo descaradamente contento que estaba, no en vano el Valencia logró mantener en casa su portería a cero doce partidos después de la última ocasión, consigue rebajar el grado de crispación que se vive desde hace demasiado tiempo en Mestalla y suma tres valiosísimos puntos que le valen para alejarse en siete de los puestos de descenso; o aguardar con sosiego la próxima visita del Real Madrid. Así que Voro estaba la mar de afectuoso, natural.
En resumidas cuentas, el Athletic fue todo un bálsamo para el Valencia, lo cual no es para nada excepcional: está en consonancia con la inoperancia supina que muestra cada vez juega lejos de San Mamés. Y me temo que a nadie le pilla de sorpresa la derrota. Forma parte de la fría estadística, o corrobora la incapacidad de Valverde para corregir un mal que parece crónico.
Tampoco sirve de excusa elucubrar con las hipótesis, y me estoy refiriendo a qué hubiera pasado si Lekue marca en esa palmaria ocasión que tuvo de batir a Diego Alves, preludio del gol valencianista en la siguiente jugada. Aquella pérdida del balón de Iturraspe en la génesis del 1-0 ayuda a entender por qué Valverde le posterga sistemáticamente a la suplencia.
E igualmente no merece la pena apelar a la mala suerte, que la hubo, y bastante, con las lesiones de Laporte y sobre todo de Aduriz, desgracia que acabó con las esperanzas de una remontada, ya que el mismo argumentario respaldó la victoria del Athletic ante el Deportivo en la anterior jornada, cuando Aduriz logró el 2-1 en el último minuto provocando la desolación en la expedición coruñesa.
Hay otro síntoma que podría tener su lógica, pero creo que está en consonancia con el pavor que le infiere al técnico el partido de Chipre. Hasta el punto lo parece que reservó a buena parte de sus titulares en la alineación inicial que opuso al Valencia porque no se fiaba, y para cuando quiso enmendar la plana lo hizo precipitadamente; y todo acabó como el rosario de la aurora; con Aduriz en la enfermería, y Williams reiterando cuánto le cuesta marcar un gol.
Aduriz no podrá enfrentarse al APOEL de Nicosia, y con todos mis respetos al ataque de prudencia que atravesó a Valverde: si después de haber visto el partido de ida y la poquedad del rival; si después de disponer de ventaja en el marcador el Athletic no es capaz de superar la eliminatoria, apaga y vámonos. Porque estaremos, sin ninguna duda, ante una de las derrotas más lacerantes en la historia del centenario club bilbaino.
Pero tengo el pálpito que no será así, por mucho que el Athletic no se coma un rosco lejos de su hogar. Es más: será un punto de inflexión. Y entonces Valverde volverá a decir que sí, que renueva por los siglos de los siglos en un brindis por los tiempos mejores, que seguro vendrán.
No es que ahora soplen malos vientos, y probablemente nos quejamos de vicio, pero sucede que la deriva del Athletic ha terminado de afectar al pastor del rebaño, que si antes aparecía como número uno en las quinielas para ser el próximo entrenador del Barcelona, ahora los mentideros apuntan hacia Jorge Sampaoli, eminente discípulo de Marcelo Bielsa. Allá, en can Barça, sí que se quejan de vicio. Después de tantos fastos son incapaces de soportar un momento de zozobra, porque en el país de la opulencia no se tolera una derrota como la sufrida ante el PSG o pasarlas moradas contra el modesto Leganés. Y menos que un entrenador como Luis Enrique pueda ser tan osado y desafíante.