PROFUNDO suspiro camino del estrado. De esos que salen solos del alma, dudando entre abandonar el cuerpo y elevarse hacia el cielo para asir por las solapas a San Pedro, o escurrirse alcantarilla abajo, a mezclarse con todas las causas que echamos por la cloaca. Requiere de mucho esmero y elevadísima preclaridad visual ser capaz de distinguir las razones espurias que soplan a la oreja de quien se empeña en que el Estado no asuma que bombardear -Gernika, la noble y leal villa, antes de Picasso- estuvo mal.

Gernika, símbolo de la paz después de las bombas, haciendo las veces de excusa convincente, se las ve frente al juego trilero de quien maneja los cubos de la historia. La secuencia es conocida. Bajo el primer cubo está escondido el nombre de una calle a mayor gloria de La Pasionaria. Pasa veloz de izquierda a derecha el segundo cubo que distrae nuestra atención, el que guarda los restos en la cripta al monumento a los Caídos. Ni siquiera cuando visionamos la película a cámara lenta somos capaces de reconocer el tercer cubilete en discordia, el que a fuerza de practicar hace tiempo hemos descubierto como el que lleva la bolita, la maniobra que pone punto final al juego.

No pretendan encontrar la razón por la que va a llevarnos más de ochenta años, muchos más, varias eternidades seguidas, superar la política de bandos, de ganadores y vencidos, de pasado aciago frente a futuro prometedor. Qué poco nos gusta lo que vemos al mirar atrás, la sensación es tan incómoda que hasta el más genuino demócrata ha pulido hasta la perfección el arte de sacar el dedito índice a pasear para vocalizar: “Y tú, más”.

En aquella época, en la que todos los bandos mentían, a grandísima diferencia de estos tiempos contemporáneos a nuestra propia vida, es cierto que quedó por encima y sin anotaciones a pie de página uno de los relatos de la historia de nuestros antepasados. Aquella gente fue porque todavía les recordamos, si es que no tienen ya cerca un octogenari@ que hable en presente. Qué triste pretender ahora compensar aquello escuchando el cuento de los que entonces quedaron ocultos, sepultados. Loable el compromiso del senador Oyarzábal, a la busca de la lectura exacta de la historia para que la petición de perdón colectivo no suene insincero ni poco reconfortante. No se ve en el horizonte manera de hacer Memoria polifónica, forma de que los vencedores se vean compensados otra vez.