LA rana estaba junto al río cuando se le acercó un escorpión y le dijo: “¿puedes ayudarme a cruzar el río... Me subiría a tu espalda...”
-Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo a mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás...
-No seas tonta -le respondió el escorpión-. ¿No ves que si te pincho con mi aguijón te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré?
La rana, según cuenta esta evocadora fábula africana, como tenía espíritu solidario la muy cándida, accedió. Pero a mitad del trayecto, con el río metido en remolinos, el escorpión clavó su aguijón en la rana. La muerte se hacía irremediable para ambos, y en trance de agonía la rana preguntó al imbécil artrópodo por qué diantres había hecho eso, pues su vil acción implicaba también el suicidio, a lo que el escorpión respondió con aires de resignación: “Lo siento ranita, no he podido evitarlo. Es mi naturaleza”.
Así que cuando Aritz Aduriz pidió explicaciones a Fernando Amorebieta por el certero codazo que le atizó en pleno rostro en la primera parte, y después el mandoble sobre su nariz, provocándole una abundante sangría, el rudo defensa central se encogió de hombros y musitó: Es mi naturaleza.
Por muy colegas que hubieran sido en el pasado, que no es el caso, en la naturaleza de Amorebieta está la brusquedad, no en vano se marchó del Athletic esculpiendo en piedra berroqueña un récord abrumador: es el jugador que más veces ha sido expulsado en toda la historia del club rojiblanco, cifra que alcanza las once ocasiones. Ha visto doce tarjetas amarillas en los 17 encuentros que lleva disputados con el Sporting de Gijón, y con la que ayer le mostró el árbitro Clos Gómez tras la primera fricción con Aduriz la criatura suma la friolera de cien amonestaciones. O sea que, si tenemos en cuenta que ha disputado poco más de 200 encuentros en la liga española... Es su naturaleza, qué le vamos a hacer.
Amorebieta se fue de rositas del partido, pues el certero bofetón que estampó contra la nariz de Aduriz quedó impune, pero consiguió desquiciar definitivamente al delantero, cuyas protestas acabaron en amonestación del agredido ante el pasmo de la afición. Me pregunto qué hubiera pasado si encima transforma en gol un remate de cabeza que tuvo en las postrimerías del encuentro, justo cuando la hinchada comenzaba a festejar la victoria tras la briosa reacción de los muchachos y la poquedad del rival. Salvo Amorebieta.
Aduriz también celebró de aquella manera (¿pensando en Amorebieta, quizá?) el gol que marcó de penalti, e intuyo que falló las dos anteriores oportunidades que tuvo para batir a Cuéllar a causa de su condición de alterado y confundido por sus cuitas con Fernando.
Es curioso lo de este hombre. Fue recibido con absoluta indiferencia y despedido con una pitada considerable. Se trata de la misma gente que sigue abroncando a Iniesta cada vez que asoma por San Mamés, y va para seis años, por haber forzado aquella expulsión de Amorebieta retorciéndose impúdicamente. Mateu Lahoz, el colegiado que dirigió ese encuentro, le enseñó la roja, conocida la fama del sujeto o tal vez fabulando con la rana y el escorpión. El peligroso alacrán, entonces, era uno de los nuestros. Ahora quema el aguijón.
“Es su gran virtud”, dijo tras el partido Iker Muniain, el gran triunfador de la tarde. Hombre, llamarle a eso virtud... Me da que el centrocampista navarro no midió bien sus palabras, o quiso quitarle hierro al asunto y pasar por bienqueda, probablemente porque mantiene la amistad con su excompañero.
Muniain lleva dos partidos estupendos, sobre todo desde que se proyecta por el centro del campo, y ya iba siendo hora de que cumpla en consonancia con la confianza que le está ofreciendo Valverde. Con él vinieron los dos goles de la remontada. Antes, volvimos a ver ese Athletic vulgar y anodino que invita a soñar con nada. Comienza la segunda vuelta liguera, un mundo por delante, y esto no termina de carburar. Regresó un viejo conocido y su hosca presencia al menos sirvió de terapia. Y fatigosa distracción.