EL rompe y rasga con el que Donald Trump ha estrenado su mandato nos está dejando entre asustados y atónitos. El presidente norteamericano ha decidido hacer lo que dijo y ahí anda medio mundo, y me quedo corto, conteniendo la respiración.
En España, de izquierda a derecha, se han revuelto por un hecho que no afecta exactamente a los españoles, sino a los hispanoparlantes: la eliminación de la versión en castellano de la página digital de la Casa Blanca. A mí también me parece una medida negativa porque discrimina a una buena parte de la población norteamericana y les manda un mensaje: sois ciudadanos de segunda. Pero la razón “española” tiene más que ver con una especie de competición deportiva frente al inglés, de un orgullo patrio herido a seis mil kilómetros, que con los derechos del colectivo hispano, que no español, que ve afectados sus derechos.
Es importante remarcar que no son los españoles los afectados, sino los estadounidenses, por lo que subyace algo parecido a un renacer colonialista en esa defensa de la lengua más allá del Atlántico y las críticas políticas deberían ser medidas porque es una injerencia en política interna. Aunque Rajoy, el PSOE o la RAE no lo crean, la comunidad hispana en estados Unidos es plural y además tiene sus propios mecanismos de reivindicación de derechos civiles.
Pero donde la cosa adquiere tintes grotescos es cuando uno visita la web de La Moncloa y se encuentra todo en castellano con pestañas que invitan a cambiar de lengua: catalá, galego, euskera o valenciá. Y una más, con una significativa bola del mundo: english. Si todo funcionara sería perfecto. Pero estamos hablando de España, donde uno pone esfuerzo en la fachada mientras se caen los cimientos.
Por eso, si pinchan en las opciones idiomáticas que ofrece el Gobierno español pasaran cierto rubor. Para empezar, los textos siguen en castellano y los índices de temas (lo único traducido al resto de lenguas oficiales del Estado) están, al menos en euskera, con errores de bulto. No se han gastado ni un traductor en condiciones. Ese es el respeto que los Gobiernos españoles, los de antes y el de ahora, han tenido por las lenguas oficiales que no fueran el castellano.
Así que Rajoy puede aplicarse algunos de los refranes que el rico castellano ofrece: “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, “en todas las casas cuecen habas y en la mía calderadas” o “espantóse la muerta de la degollada, cuando la vio tan desgreñada”. Si lo prefiere en euskera: “zozoak beleari, ipurbeltz”.