LOS desafíos tienen mucho que ver con el deporte, y no te cuento nada con el fútbol, que dada su raigambre social resulta muy versátil. Por ejemplo. Me ha llamado poderosamente la atención la quedada entre ultras del Feyenoord frente a una coalición de energúmenos del Estrasburgo y el Nancy para darse de hostias. No es la primera vez que algo así ocurre, pero en esta ocasión el asunto estuvo tan bien organizado que resulta turbador. Para empezar, ambos grupos acudieron a la cita uniformados, de blanco los holandeses y de negro los franceses, para así calcular sin temor al yerro la dirección del guantazo. Además se cumplió a rajatabla con una especie de código de honor, por llamarlo de alguna manera: a golpe limpio, con las manos. Y nada de artilugios. Y luego está el escenario, en las entrañas de un bosque, para no molestar a las conciencias susceptibles, y además componiendo una estampa bucólica, cinegética, y sin duda entroncada con el acervo cultural de Occidente, que como todo el mundo sabe ha fraguado su historia a sangre y fuego. En descargo de estos cafres, debo añadir que si nos hemos enterado de la justa ha sido porque uno de los implicados se escaqueó, y en vez de liarse a tortas filmó la batalla para luego propagar sin rubor sus hazañas bélicas.

Ateniéndonos a la pura terminología futbolística, se puede concluir: Feyenoord Destroyer, 1; Acémilas de Estrasburgo-Nancy FC, 2; pues según relatan las crónicas la alianza entre galos pegó más y mejor.

Ahora bien, reconozco que el desafío ultra me tiene desconcertado. Al fin y al cabo, se citaron para romperse la crisma con el suficiente cuidado para no alarmar ni salpicar a la proba ciudadanía. Los violentos en cuestión forman parte de dos sociedades cultas y ricas y, ¡qué diablos!, espero que cunda el ejemplo: que todos los ultras con vocación carnicera se citen en páramos, desiertos o frondosos bosques, y si se parten la cara en mil pedazos, ¡aleluya! (Y si de paso lo filman, pues qué quieren que les diga, a reírse con ganas de tanto anormal).

El otro desafío que me llegó a la entraña lo protagonizó Cristiano Ronaldo, personaje que calculó con toda la mala leche posible (ya lo veo de vísperas ensayando frente al espejo) la forma en la que celebraría sus goles al Atlético de Madrid. Con su tradicional ¡¡siuuuu...!! el primero; acercando su linda carita a una cámara en pose de paleto con ínfulas el segundo, y poniéndose de jarras en plan chulesco a la par que sacaba su lengua bífida por entre la comisura de los labios el tercero. En cada celebración el goleador portugués era consciente de estar irritando a muchísima gente (como a mí, sin ir más lejos). Es una liturgia que sin duda le debe causar un placer orgásmico, y por eso lo hace.

El tercer desafío lo lanzó tanto Ernesto Valverde como su colega Fran Escribá. Para el Athletic se trataba de cruzar el Rubicón: O se gana al Villarreal, tercero antes de celebrarse la decimosegunda jornada, o podemos empezar a olvidarnos de la Champions, y quizá hasta de la próxima Europa League. Y al contrario, para los castellonenses se trataba de reafirmar su privilegiada posición y distanciar a uno de sus directos rivales. Bajo esa premisa se disputó el primer tiempo, con la prudencia por montera, hasta el punto de confundirse con el partido anterior frente al Espanyol, es decir, rayano con el espanto. Sucede que tras el descanso el asunto cambió radicalmente, gracias en parte al juego especulativo del contrario, pues parecía que iba de sobrado, de tal forma que cuando quiso reaccionar se encontró con un Athletic que jugará bien, mal o regular, pero que sin duda ha mejorado bastante su aspecto defensivo (Yeray se está ganando a pulso la titularidad). Y sobre todo porque había interiorizado la trascendencia del desafío.

Paradigmática fue la génesis del único gol: Raúl García recibió un abrazo de oso por parte de Víctor Ruiz (penalti), y porque se quedó en el sitio rumiando pudo disfrutar del don de la oportunidad, batir a Asenjo y abrir el nuevo horizonte.