eL reciente congreso del partido gubernamental griego Syriza ni pasará a la Historia ni mucho menos la modificará. Lo dicho allá fue el salmodiar habitual de los políticos que no tienen ni programas ni éxitos que explicar. No obstante, se merece un poco de atención porque retrata con toda crudeza el devenir (devenir, para no decir decaer ) de los ímpetus utópicos en su confrontación con la realidad política.

En julio del 2013, cuando Syriza no era más que el acrónimo (Alianza de las izquierdas radicales) de un conglomerado de grupúsculos políticos, sus propuestas y los discursos de Tsipras, el actual jefe del Gobierno griego, eran apocalípticos, absolutistas, irreductibles y de un marxismo tan rancio como quimérico. En aquellos momentos cruciales para salvar a Grecia de la bancarrota -era y es la nación más endeudada de Europa-, Tsipras y colegas tildaban los programas de rescate de “ataques capitalistas contra el pueblo heleno” y se negaban a reconocer las deudas exteriores del país, amén de un sinfín de frases altisonantes con el mismo mensaje y encono.

En 2016, tras tres años en el poder y nuevas ayudas económicas de todas partes (empezando por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial), Syriza y Tsipras han abandonado las tiradas contra Angela Merkel y demás acreedores así como la virulencia oratoria para hablar como todo el mundo? y entenderse con el mundo acreedor. Porque, se mire como se mire y se plantee como se plantee, la única salida posible es una nueva quita del montante de la deuda griega.

Este paso se está discutiendo todavía porque a Alemania se le hace muy cuesta arriba renunciar a más dineros y el FMI se niega a seguir creyendo en las promesas atenienses de reformas, ahorros e inversiones? y no sin razón, ya que este año la economía griega ha descendido un 1,3%. Pero la realidad es que si la deuda no se aplaza al día del juicio final, la única salida verosímil es una nueva quita. Y consecuentemente, ahora que Syriza y Tsipras han de conseguirlo, su trato con los acreedores se ha vuelto de un suave versallesco.

Quizá por esto y, más probablemente, por motivos ideológicos lo que no ha cambiado desde 2013 en Atenas es la hostilidad de los comunistas griegos contra Syriza. Tsipras intentó entonces y desde entonces todo lo que pudo para ganarse la cooperación comunista, pero lo único que ha conseguido es que siga el antagonismo, pero con mucha mayor acritud que nunca. Y si la acritud es máxima, la formulación le va a la par: con la dialéctica estalinista de decenios atrás, acusan ahora a Syriza de “haberse pasado a la burguesía socialdemócrata?”