NO habrá imagen de unidad de las fuerzas políticas tampoco este año en los actos oficiales de Parlamento y Gobierno vascos con motivo del Día de la Memoria. La ausencia del Partido Popular del País Vasco volvió a ser justificada ayer por su presidente, Alfonso Alonso, con idénticos argumentos que el pasado año. Los cortes de voz no llegan a ser literales por un pelo y ahí vuelve a estar la demanda de un día específico para las víctimas del terrorismo diferenciado de las de abusos policiales. Y, por supuesto, el reproche al hecho de que la izquierda abertzale puede encontrarse en un acto así más cómoda que en uno limitado a rendir homenaje a las víctimas de ETA.
Cada una de estas razones, persistentes en el discurso del PP, tienen un fondo de legítima reivindicación, pero también una profunda intención política: Alonso prefiere ofrecer a los vascos la foto en soledad de su partido alineándose con el dolor de unas víctimas que compartir con el resto de fuerzas el de todas. Porque, hoy por hoy, en tanto que no hay un día específico de las víctimas de la violencia policial -ni lo ha reivindicado Alonso- la misma comodidad que reprocha el PP a la izquierda abertzale la disfruta él mismo con su propio reconocimiento concentrado del dolor de unas víctimas. No de todos los dolores de todas las víctimas.
Llegar a compartir con normalidad ese espacio de reconocimiento de todo el daño injusto es un proceso evolutivo que no corresponde realizar exclusivamente al PP -en eso Alonso tiene razón- pero suya es hoy la responsabilidad de liderarlo en su partido.
El derecho a una jornada de visibilidad, memoria y resarcimiento de las víctimas del terrorismo, de todos los terrorismos, es una reivindicación legítima y sana. Y se puede afrontar con un criterio incluyente o con uno segregador. El Día de la Memoria tiene un criterio incluyente. Se mira hacia el daño injustamente causado a las víctimas de ETA, de los GAL, de los excesos policiales. Todo el que quiera acogerse a la demanda de que su dolor sea compartido por la sociedad vasca debiera poder hacerlo. El modelo de homenaje alternativo que hará el PP no responde a ese principio.
Por esa vía, hay un riesgo de involución, de volver a realizar una escala del dolor, de rescatar la lógica perversa -que aún nos estamos extirpando- de maximizar a las víctimas que cada cual sienta más cercanas y diferenciarlas del daño padecido por las demás. La sociedad vasca está recorriendo el camino del reconocimiento del dolor ajeno. De su injusticia; y también de nuestra falta de implicación en el pasado. No es un camino fácil y no sería leal introducir obstáculos en él.
Igualmente es legítimo exigir a Sortu, herederos del reparo a reconocer el dolor ajeno, que expliciten la injusticia del mismo. Eso lo tendrá que acelerar Otegi. Pero la estrategia en materia de convivencia no puede reducirse a eso. La credibilidad de un discurso que incide insistentemente en ese extremo choca con la imagen reciente de un Alonso balbuceante que bajó la mirada ante los ojos de Pili Zabala y ante el recuerdo sobrevenido de que los victimarios de su hermano eran guardias civiles. Cuando en torno a las víctimas se ha hecho tanta política en el pasado hay que ser más cuidadoso con el discurso.