Las recientes elecciones estatales de Mecklemburgo-Cispomerania han sido leídas fuera de Alemania como otro estallido de xenofobia. Y esto es cierto solo hasta cierto punto. Allá -también allá- la xenofobia ha sido ante todo un catalizador del descontento popular con los políticos.
Este Estado septentrional de la RFA ha sido la cenicienta del país desde antes de que Bismarck unificara Alemania. Su atraso fue enrome siempre: con el último imperio, el III Reich, la Alemania comunista y la Federal actual. Hoy, la región se beneficia del bienestar general del país y a sus ciudadanos les va -en general- mejor que nunca, aunque sigan siendo los más atrasados de la República. Y seguramente que, como casi siempre, la población local tenga su buena parte de culpa de ello, no solo los políticos. Al fin y al cabo, ya en el siglo XIX Bismarck dijo que si el supiera que se acerca el fin del mundo, él se iría a vivir a Mecklemburgo “?porque allá todo sucede con 50 años de retraso?”
Pero como a la gente le cuesta reconocer defectos propios, hoy en día la culpa se la siguen echando los mecklemburgueses a los hombres públicos y, esta es la relativa novedad, al alud de refugiados que llegaron y siguen llegando a Alemania y el resto de la Europa rica. Consecuentemente, en los comicios del pasado domingo día 4, el segundo partido más votados fue el radical xenófobo AfD (Alternativa para Alemania), que obtuvo un 2% más de votos que los cristianodemócratas. Pero como estos llevan 10 años gobernando el Estado en coalición con los socialdemócratas, el resultado electoral apneas cambiará la política del estado federado.
Si en cambio se analiza el impacto de la xenofobia en la política de toda Europa, el fenómeno resulta mucho más preocupante. La xenofobia es un exabrupto populista, pero su auge simultáneo en muchos países genera una potenciación mutua que puede acabar creando cambios graves, como ha sido el Brexit británico.
Y si en un país de larga tradición democrática, como Gran Bretaña, un grano populista acabara por ser absorbido, en naciones de tradiciones mucho más intransigentes y nacionalismos más exaltados -como, por ejemplo, Hungría o Polonia- la xenofobia puede acabar generando problemas sociales muy graves y de muy difícil solución. Las guerras yugoslavas desencadenadas por Milosevic a finales del siglo pasado son un ejemplo reciente y espantoso de lo fácil que es movilizar el odio racista y nacionalista en una cascada de matanzas y crueldades. Y la Europa Oriental es una tierra con un largo historial de practicar la política de matar primero y negociar después?