Catalunya ante su espejismo
El proceso soberanista se desdibuja ante la dependencia financiera de Madrid, las urgencias económicas de Convergència y la incógnita soberanista de Ada Colau
el independentismo catalán seguirá tirando del hilo de la ilusión consciente de que tardará mucho en acabar el carrete. La viabilidad de cualquier soberanismo no se mide en encuestas sino en pragmatismo político. Cuando la recauchutada Convergència se pliega por cuatro denarios, como en los mejores tiempos de Pujol y Roca a los intereses políticos de quien manda en España, el procés siente la daga en su médula espinal. Cuando el irreductible independentista Oriol Junqueras implora impenitentemente al PP que le afloje la soga de la financiación, la Asamblea Nacional Catalana agacha la cabeza sonrojada y apenas tiene fuerza para seguir atribuyendo tal asfixia económica a los saqueos históricos de Madrid. Y por si fuera poco viene una encuesta con los aires destemplados del 26-J y proclama que cualquier paso adelante para sustentar por mayoría la segregación pasará por la amalgama de sensaciones aglutinadas en torno a la incuestionable figura cada vez más determinante de Ada Colau.
Es una palmaria incongruencia proclamar cualquier mañana que el ansia independentista alimenta su músculo entre el nacionalismo catalán cuando dos días antes hasta los ujieres del Congreso supieron que los ocho compañeros del honorable Puigdemont y expresos comisionados por el tacticismo de Artur Mas habían entregado en secreto sus votos a la derecha española para asegurarse a cambio el botín de tres millones de euros en una legislatura. Como en los mejores tiempos de aquella doble vela a Dios y otra al diablo cada vez que llegaban los Presupuestos, pero que especialmente ahora denigra millones de sentimientos todavía esperanzados de que es posible doblar la mano a la resistencia jacobina española.
En medio de este espejismo busca Catalunya la luz en su tortuoso camino. Lo hace prisionera de sus evidentes contradicciones a las que contribuye un antagonismo político sustentado sobre un irracional desencuentro que impide formular el denominador común de un posterior debate, si puede ser sosegado mejor. Así las cosas, las fuerzas independentistas no encuentran el día para celebrar una victoria completa. Siempre ganan pero nunca pueden hacer lo que desean. Les ocurre ahora que gobiernan de la mano las cosas de casa y en cambio tienen que plegarse a las excentricidades de los antisistema de la CUP siempre crecidos menos en los sondeos. Les ocurrirá pasado mañana cuando la viabilidad real de su incuestionable próximo triunfo en otras autonómicas (¡como se adelanten, vaya ridículo!) dependa de la capacidad de persuasión del alma independentista de quienes ahora idolatran a Ada Colau, dentro y fuera de Barcelona.
Desde que a Mas se le ocurrió trazar la vía soberanista de Catalunya para así enmascarar los primeros indicios someros de su declive electoral jamás entre las pesadillas más hirientes pudo descifrar un calvario similar. Un partido de orden y gobierno, con razón de Estado inspirada siempre en el pacto pragmático, proclive al liberalismo económico, acaba siendo rehén de incontrolables asambleas encadenadas, hoy de la CUP y mañana de las del nuevo partido que Colau fundará en septiembre, por cierto sin pedir la venia ideológica a Pablo Iglesias. Mientras tanto, Junqueras seguirá pagando en Moncloa el peaje de la insolvencia de caja y, junto al resto del Govern, contendrá el aliento para agotar con sudor frío tan infausto mandato. Ante semejante decorado no hay encuesta capaz de enardecer la reivindicación independentista con los pies en el suelo y mucho menos desde que Rajoy ha acabado por la vía rápida con el mito de la línea roja. Otra cosa es que muchos mantengan la ilusión de seguir dando aire a la cometa.