ESCUCHO a través de las ondas a los especialistas en el asunto: Esta etapa es propicia para que Nairo Quintana ataque, y mejor si lo hace de lejos, para poner en jaque al líder, medir sus fuerzas y...
Terminado el decimoquinto episodio del Tour, el murciano Alejandro Valverde, lugarteniente del ciclista colombiano, admite: “Es difícil poner en apuros a Chris Froome, porque es el capo y además tiene un equipo que marca un ritmo que no hay quien lo aguante”, dijo, mientras el aludido, el inabordable británico, puntualizaba: “estoy sorprendido por la falta de ataques”, para añadir a modo de epitafio: “la mayoría de los corredores ya se conforma con mantener su puesto en la general”, cuando todavía faltan tres durísimas etapas alpinas y una cronoescalada.
Los analistas, sin embargo, hace tiempo que pronosticaron que será en los procelosos puertos que restan por atravesar cuando Quintana saque a relucir su estirpe de campeón, coincidiendo con el bajón de prepotencia y fuerza que Froome suele experimentar en la tercera semana de competición. Eso dicen. Así que el astuto colombiano hizo ayer como que no podía, mientras los ciclistas de Movistar le seguían con la pantomima, una estrategia que en sus buenos tiempos utilizó con evidente éxito Lance Armstrong, aquel grandioso fullero.
Porque en su defecto pueden surgir de súbito los imponderables, como el que puso a Froome en la extraña circunstancia de buscar la meta sin bicicleta, al modo pedestre, ante el asombro y espanto de los aficionados, que se morían de risa ante la rocambolesca estampa, y luego pusieron el grito en el cielo por la condescendencia que la organización tuvo con el excéntrico ciclista.
Que le pregunten al bravo Alberto Contador lo puñetero que puede ser el azar, que de tanto trompazo tuvo que retirarse en la novena etapa, no sin antes jugar al gato y al ratón sobre su verdadero estado de salud y forma física. Aunque bien mirado no me quiero imaginar al corredor madrileño festejando una victoria de aquella manera, pegando tiros imaginarios, con lo susceptibles que están los franceses por razones tan obvias como poderosas.
¿Se está haciendo el sueco Quintana? ¿Son imbatibles Froome y el potentísimo Sky que tan bien le arropa? ¿Habrá emoción?
El Tour está en plena ebullición aprovechando que el fútbol languidece a la espera de iniciar una nueva temporada, y aun en estas circunstancias Leo Messi y Cristiano Ronaldo rivalizan en protagonismo. Un ejército de paparazzis está pendiente de las andanzas del crack argentino a bordo del Seven C, un fastuoso yate de 28 metros de eslora donde la Pulga surca las aguas próximas a Ibiza acompañado de su familia. A diez metros del Seven atraca el resplandeciente EY Asciari, de 36 metros de eslora, en cuya cubierta Cristiano Ronaldo se solaza tomando el sol mientras Dolores Aveiro, la madre, le unta cremita sobre la espalda. En la tierna imagen también aparece el hijo, Cristiano Jr. Nada que ver con la coyuntura previa a la Eurocopa, donde Ronaldo fue pillado a bordo de la embarcación con otro tipo de tripulación, ardiendo junto a bellas mujeres.
Ronaldo paga a la semana por alquilar el EY Asciari 90.000 euros, mientras a Messi el Seven C le cuesta 54.600. Ambos yates poseen moto de agua, dos kayaks, tablas de paddle surf y equipos de buceo y pesca, además de reputados cocineros y maestros cocteleros, complementos necesarios para combatir el destierro al que las hordas de fanáticos les empujan en cuanto pisan la tierra.
Así combate Messi las miserias con Hacienda y su condición de delincuente, gastándose menos en el yate, un vehículo necesario para huir de la agobiante chusma, mientras al lado adivina a Cristiano pavoneándose en el Asciari de buen hijo, junto a mamá Dolores. Los culés, sin embargo, están encantados: el divo se queda en Can Barça, pese a la inquina que le tiene el fisco. Al parecer, la certeza de una descomunal revisión del contrato y la campaña #TodosSomosLeoMessi (salvo en alguna fruslería: el yate, por ejemplo), han surtido el efecto esperado. Es tan bonita la solidaridad...