CRUZA un mar, el que separa en 35 minutos a una velocidad intermedia, Calais, en Francia, y Folkestone, en el Reino Unido. La construcción de aquel túnel fue celebrada como un prodigio de la ingeniería en medio mundo. No por nada le llamaron el Eurotúnel. Había que ver aquel dragón de la máquina perforadora, de afilados dientes, devorarse cuatro estratos geológicos, sedimentos marinos, la tiza de los acantilados de ambos lados del canal... Nada parecía detenerle.
De aquellos tiempos -eran mediados de los años noventa del pasado siglo...- recuerdo una escena de película: los operarios celebrando el ensamblaje (el cale, creo que se dice en el lenguaje técnico...) con champán, es de suponer que francés. Habían empezando desde una y otra orilla y ambos túneles acabaron besándose bajo las aguas.
Esa es la estampa que llega ahora hasta mi memoria al escucharle a Imanol Pradales que el cale de Autzagane se producirá dentro de siete meses, una vez que han despertado los dragones perforadores que horadan el interior de Autzagane, una misteriosa tierra donde el agua cohabita con la piedra, hasta el punto de que se hará necesaria la construcción de una caverna artificial, una suerte de torre Eiffel de las cavernas. Esas mismas complicaciones ahuyentaron a los anteriores operarios. ¿Acabaremos llamándole el Euskotúnel...? Lleva camino.