NO es momento de cuestionar el discurso plurinacional de Podemos y su concepción del Estado. Esta sugiere una suma de realidades sociales con conciencia nacional, entidad política y voluntad de ejercer como tales los derechos incluido el derecho a decidir. O, incluso, por aquellas que, careciendo de un derecho definido, sancionado y contrastado históricamente -no equiparables por tanto a los fueros vascos u otros-, pudieran reclamar plasmar en este momento y en estas circunstancias la voluntad de ser y decidir. Entre otras cosas, porque tampoco ha existido tal contundencia en las afirmaciones de sus dirigentes. Sin embargo, sí cabe recordar a Pablo Iglesias que en la noche del 20-D eligió el discurso del reconocimiento de esas demandas nacionales y del derecho a decidir desde ellas.

Ni hay reproche en constatar que ahora ese discurso es menos encendido. La realidad condena al pragmatismo y, a Podemos, el baño de realidad le ha obligado a renunciar a su esquema de grupos parlamentarios y ahora sus líneas rojas deberán adquirir un tono anaranjado si de verdad cree en ser actor de un cambio.

La versatilidad es virtud en política, aunque determinadas actitudes de un pasado muy reciente en la breve historia de este movimiento hicieran precisamente de la rigidez su enseña. Nadie da pasos atrás por gusto, pero tampoco se puede estar siempre pretendiendo ser alternativa virginal, admitir la necesidad de ceder para propiciar consensos como quien acaba de descubrir la pólvora o incluso ceder al adanismo. Esto último ya no cabe, después de las experiencias de Renzi en Italia, Tsipras en Grecia y Hollande en Francia. Sus respectivos choques con la realidad han abollado sus discursos, pero no les han impedido hacer política posibilista a costa de mancharse las manos con ella.

Que la mediática Tania Sánchez o la portavoz adjunta del partido en el Congreso, Irene Montero, digan ahora que el referéndum para Catalunya no es una línea roja para pactar con el PSOE es un pasito atrás. Pero la retórica para justificarse no es un chicle sin fin y la versatilidad para ubicarse en espacios políticos, tampoco. Podemos se equivocó al permitir que la Mesa del Congreso la dominaran PP y Ciudadanos y ahora es un poco más débil. Tiene dudas sobre la virtud de volver a confrontar en las urnas después de haber priorizado una guerra fría de desgaste con Pedro Sánchez del que este puede salir amortizado, pero en el currículo de Iglesias quedaría el no haber facilitado un gobierno de cambio. Digerir ese mensaje puede hacer menos atractivo votar en mayo.

Otra cosa es que metan al PNV en ese baile. El PNV ha encabezado gobiernos de cambio en Araba y participa del realizado en Nafarroa. Es un interlocutor experto en estas lides y sabe ceder para ganar. Pero de ahí a que el PP justifique su propio autismo político en un hoy por hoy inexistente pacto con “los radicales” va un abismo. Tan grande como el que separa el espacio que Iglesias debería compartir con los jeltzales en Madrid de la campaña de sustitución que le plantea en Euskadi, donde Podemos no tiene Ejecutiva pero eslogan, sí.