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¡¡¡Raúl Garcíaaa, lolololololoooo...!!

¡¡¡Raúl Garcíaaa, lolololololoooo...!!Pablo Viñas

SI el Vicente Calderón tradicionalmente se le da de pena al Athletic, no te cuento nada cuando hay algún motivo de celebración o efeméride, y el regreso de Raúl García, aquel implacable guerrillero que tan buen servicio prestó a la causa colchonera, fue todo un acontecimiento. Besitos, laudatorias, pancartas apologéticas (Raúl, bienvenido a tu casa, capitán), frases de amor eterno, y al cabo del partido todo el estadio, con el personal la mar de contento, coreando a modo de celebración: “¡¡Raúl Garcíaaaa lolololololooo, Raúl Garcíaa, lololololoooo...!!!”, pues el Atlético de Madrid había logrado un triunfo sufrido pero de gran calidad que le sitúa codo a codo con el Barça liderando la división. Bajo esa perspectiva, cualquier espectador despistado bien pudiera deducir que el mozo navarro había sido el artífice de tan aclamada victoria, cuando el hombre brilló por su ausencia. O sea que García, de ser, fue sor María, una nenaza, vamos, absolutamente superado por el curso de los acontecimientos. Tanta lisonja, semejante alarde de cariño le despojó de su coraza, mostrando que, en realidad, bajo esa estampa de forajido enfurruñado se esconde un sentimental. Ni una protesta; ninguna discusión. ¡Insólito! El García fiero tan solo asomó cuando le atizó a su compañero Beñat un viaje de aquí te espero que casi le deja grogui, qué cosas tiene el fútbol, lo cual solo vino a corroborar su grado de aturdimiento.

Así que Raúl García terminó por convertirse en una enorme paradoja. Uno de nuestros mejores jugadores acabó abanderando simbólicamente el triunfo rival, probablemente muy a su pesar, y aún así Ernesto Valverde le mantuvo hasta el final.

Realmente fue un partido extraño. El gol del empate llegó de aquella manera, cuando los futbolistas casi enfilaban el vestuario para solazarse en el intermedio. Un gol de esos que enfurecen por el momento en el que se gestó. Quedaba claro que el destino estaba como de antojo y tremendamente burlón. Primero vació de bravura y sentido competitivo al gran García. Luego permitió el empate en el instante más cabrón y después eligió a Griezmann, inédito hasta entonces, para anotar el segundo gol del Atlético de Madrid, el del triunfo, certificando las ganas que tiene el francés al Athletic, el equipo cuya portería más veces ha batido, y aprovechando uno de los escasos errores que la escuadra bilbaina concedió en defensa en un mal despeje de Rico. Debe ser cuestión de inquina, amamantada en su larga temporada en la Real Sociedad, o mejor aún: Griezmann es muy bueno, hay que admitirlo.

Solo faltaba que Fernando Torres hubiera rubricado su gol número 100, que tanto tiempo se hace de rogar, para coronar el despropósito, y sin embargo yo me quedo con una sensación reconfortante. Si nos abstraemos de las fantasías animadas que acompañaron al partido, el Athletic disputó el encuentro con mucho criterio y carácter, de tal forma que sin lugar a dudas mereció llevarse incluso los tres puntos.

El Atlético de Madrid, en definitiva, debía ser la piedra de toque para calibrar el cuajo del Athletic y vimos a un conjunto ambicioso, con hechuras, que jamás se desmoronó pese a la adversidad y que fue a por su poderoso contrincante sin complejo alguno, lo cual nos llena de esperanza para lo mucho que está por venir.

Los agoreros es probable que vieran una catastrófica conjunción astral y seguro que la hinchada del Atlético tardará bastante en olvidar tan señalada fecha. Un día en el que Raúl García regresó al Vicente Calderón fumando la pipa de la paz, rememorando sus años de insigne arapahoe, y los discípulos del Cholo Simeone subieron a lo más alto de la tabla clasificatoria, aprovechando el inesperado empate del Barça frente al Deportivo y el patinazo superlativo del Real Madrid ante el Villarreal a modo de corolario de una tarde en verdad disparatada.