La mala noche de Aymeric
TENGO que admitir mi absoluta perplejidad ante el descomunal aparato de seguridad desplegado en torno al Real Madrid-Barça, 1.100 agentes de policía y 1.400 vigilantes jurados, y el énfasis que tanto los responsables de la cosa (políticos mayormente) y medios de comunicación pusimos en resaltar el acontecimiento preventivo, como si de esa manera se conjurara cualquier posibilidad de un atentado de corte yihadista, aún a costa de alimentar la psicosis social ante semejante eventualidad. En mi ingenuidad llegué a preguntarme: si estos desalmados quieren jodernos vivos hay infinidad de posibilidades sin un mal policía en lontananza. Discotecas, un restaurante, la iglesia en misa de doce; tantos y tantos recintos deportivos o de cualquier otra índole; a no ser que esta canalla verdaderamente esté obsesionada con reventar las tripas del infiel en los estadios de fútbol, sobre todo si se trata del clásico, acontecimiento que cualquier amante del fútbol que se precie no se querría perder. Es más. Llevado por el candor estoy convencido de que nunca ejercerían la violencia ciega contra un Madrid-Barça, capaz de provocar una tregua en el último conflicto de Gaza entre israelíes y Hamás, divididos entre culés y merengones en uno y otro bando, pues así de grande llega a ser el fenómeno futbolístico.
Y puestos a buscar un sitio cargado de simbología, ¿qué les parece la hermosa Granada?, capital del Reino Nazarí y último territorio de la península ibérica arrebatado al musulmán en tiempos de los Reyes Católicos. Y allá, a la vera de la majestuosa Alhambra, transcurrió un partido de fútbol como si nada, ajeno a una virtualidad exacerbada por el miedo.
¿O sí ocurrió algo excepcional?
A lo peor el errático partido que se cascó Aymeric Laporte fue una casualidad, pues un mal día lo tiene cualquiera, pero también se puede explicar su desastrosa actuación en la influencia que los atentados de París pudieron causar sobre su ánimo y atención. Sin duda, el minuto de silencio guardado por las víctimas en los albores del partido nos transportó al trágico viernes, sobre todo a él, Aymeric, que a los cinco minutos anotó un gol de bandera contra su propia portería, poniendo para el Athletic el encuentro cuesta arriba. El segundo gol del Granada se gestó tras una absurda pérdida de balón de Laporte y, poco antes, otro despiste descomunal del central galo casi acaba en penalti y consiguiente expulsión. Demasiado error como para atribuirlo a la mera casualidad, y una excusa fatua para justificar una derrota especialmente dolorosa por imprevista, frente al equipo que ocupaba el farolillo rojo de la clasificación, incapaz de vencer hasta entonces a nadie en su feudo de Los Cármenes.
De repente, cuando nos las prometíamos tan felices, ese Athletic aclamado por su briosa reacción en los últimos partidos; ese equipo cuajado y victorioso, que aventuraba felicidad entre su feligresía, descarría sin remedio, sobrepasado por la mala suerte que cubrió a Aymeric, pero también por la falta de espíritu necesario para reaccionar con más fe contra la adversidad, aunque no faltaron oportunidades para enderezar el entuerto.
De haberse cumplido los pronósticos, el Athletic habría encadenado su octavo partido consecutivo sin conocer la derrota, acariciando los puestos de la Champions.
El revés sirve de advertencia el futuro; para no bajar ni un ápice la guardia, aunque el adversario parezca pan comido, y tampoco ha pasado tanto tiempo desde que el Athletic navegara sin rumbo como para lanzar las campanas al vuelo.
Fue una jornada tan extraña que hasta el Barça se marchó del Bernabéu como insatisfecho por no haber anotado el quinto gol, ese número cargado de magia. Otra manita para la historia. Piqué acabó el partido como enojado. Hay que ver...