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La investidura desconexionante

La declaración del Parlament solo puede tener desarrollo si hay un gobierno que la materialice y un president investido

DOBLE sesión parlamentaria en Catalunya. La matinal, cargada de titulares, de focos, de agitar de banderas y de solemnes anuncios constituyentes. Un mes vista para iniciar la desconexión; o para que rueden las inhabilitaciones; o para que a los inhabilitados les importe un pito lo que diga el Tribunal Constitucional. O para que Fernández Díaz ponga nombres y apellidos a los 300 mossos que dice que son independentistas y, se supone, gente preocupante a vigilar y, en su caso, a desarmar.

La escalada de sandeces puede no tener fin a mes y medio de unas elecciones generales. Hay una renuncia expresa a la política porque el horizonte inmediato es la caza del voto, que es todo lo contrario. Tampoco cabe la ingenuidad de apelar al diálogo y la negociación entre quienes no se pueden ver ni se han querido hablar durante una legislatura completa en la que Mariano Rajoy ha pasado de silente a silbante, que en la naturaleza es una práctica amenazadora, cuando no venenosa.

Lo que arranca en Catalunya no lo para la amenaza. Otra cosa es que el impulso sea sostenible en la propia Catalunya sin más soporte vital que el deseo de ser. El proceso constituyente catalán tiene necesidades físicas muy inmediatas. De lo contrario, corre el riesgo de ser como el paladín Aguilulfo, el Caballero Inexistente del escritor Italo Calvino, pura armadura hueca a la que sólo sostenía su voluntad de ser. Aquello acabó mal.

Lo advertía Mas ayer y tiene razón: el ser tangible de este proceso pasa por un gobierno que materialice declaraciones y un president capaz de liderarlo. Ahí está la madre de este cordero, y no en una declaración que puede ser anulada, revocada y reaprobrada cuantas veces quieran propios y contrarios en el año y medio de ciclo constituyente que se ha fijado desde el principio el independentismo catalán. Porque, mientras se espera a que salga del 20-D el próximo Gobierno español al que tomarle la medida, lo imperioso es la investidura. Esa que la CUP ha convertido en pulso con Artur Mas y éste en su único futuro político; no colegiado ni diluido. Y el asunto es si se puede construir un país antisistema o si la amenaza exterior -cuando la paralización cautelar del TC esté en marcha- llevará a la CUP a ceder sus fundamentos en favor del pragmatismo en tercera votación. Por obligación o porque ya estaba en el guion.