VALENTINO Rossi, el campeonísimo italiano, ha fraguado toda una leyenda mediante sus triunfos sobre la moto y la simpatía que irradia con su singular estampa. A eso se llama tener carisma. Por ejemplo, Jorge Lorenzo difícilmente estará a su altura (mediática) a causa de su fama de huraño y su estrambótica forma de celebrar los títulos haciendo el chorra. Ambos pilotos, extraordinarios, se jugaban el título mundial en una fascinante última carrera, rodeada de una enorme polémica tras los sucesos de Sepang (la controvertida patada de Rossi a Márquez o, si prefieren, la versión suavizada del quítate tú para ponerme yo), resueltos por los comisarios del torneo castigando al piloto italiano a salir desde la última posición en el circuito valenciano de Cheste. Llegados a este punto, todo ocurrió según lo previsto por los analistas de la cosa. Tras una consentida remontada, Rossi acabaría cuarto, por detrás de las Hondas de Pedrosa y Márquez, y de la Yamaha de Lorenzo. La cuestión estaba en qué orden llegarían los tres primeros, trama resuelta en las dos vertiginosas últimas vueltas, y siempre acorde con una premisa: el piloto mallorquín debía terminar campeón por una cuestión de causa mayor y evidentemente patriotera. Entiéndase: con todo lo que se había dicho y escrito; corriendo en Valencia, con la presencia del rey emérito don Juan Carlos, que desde que se ha jubilado no se pierde una el muy vividor, y otras eminencias del Gobierno de Rajoy exhibiendo palmito electoral; con toda Italia a su vez haciendo piña por la causa de Rossi, y con los dueños de Honda dando carta blanca a sus pupilos (igual les daba que ganara el título una Yamaha que otra), no cabía imaginar a Lorenzo por los suelos tras un feroz ataque de Márquez.

La reacción de Rossi no fue precisamente elegante. Puso a parir a Márquez o calificó de “estúpido” a Lorenzo, dando toda una exhibición de mal perdedor.

El gran enigma acabó como el rosario de la aurora, y con Lorenzo ilustrando con ironía desgarradora la derrota del viejo ídolo. “Lo que ha hecho (Rossi) en estas dos últimas temporadas, aun habiéndolo ganado todo y con 36 años, ha sido increíble”, dijo, para añadir a modo de epitafio: “Debe ser frustrante no haber podido llegar a Valencia con más ventaja y perder quizá su última oportunidad de ser campeón”.

Asistí a la justa motera convencido de que la polémica carrera del siglo (con esa rimbombancia la habían bautizado) iba a terminar como terminó, al igual que previamente asistí al Athletic-Espanyol convencido de la victoria rojiblanca. Como dijo luego Carlos Gurpegui: “Cuando estás bien y tienes buenos resultados, no sabes por qué, pero todo sale mejor”. Ciertamente, el fútbol es un estado de ánimo, y si al Athletic actual el Espanyol le reta con un partido bronco y de mucha caña, a los pupilos de Valverde le sale un concierto de Metallica, y con Undiano Mallenco marcándose unos solos de guitarrero para animar aún más al personal, pues así de diáfano es el grado de autoconfianza que transmiten a la hinchada. El balón salió de San Mamés en camilla de puro maltrato, no sin antes dejar un par de goles sorprendentes. El que anotó Iñaki Williams acabará en la galería de momentos futbolísticamente portentosos, y el de Raúl García estará reservado en la sala de rarezas, no en vano el bravo navarro batió a Pau López rematando el balón con la cabeza a contrapelo, mientras se escurría taimadamente por entre las pantorrillas de los dos centrales del Espanyol. Fue una sorpresa gozosa y mayúscula, que corrobora a pies juntillas el aserto de Gurpegui.

Propuso el técnico espanyolista Sergio González un partido de ida y vuelta, con mucha intensidad, convencido de que el choque europeo del jueves anterior iba a pasar factura al Athletic. Se equivocó, y su calculada estrategia fue respondida con descaro incluso por Beñat, que peleó por cada balón como nunca antes le vimos de puro bravo, además de anular futbolísticamente a Marco Asensio, la perla del rival. El Athletic se ha convertido en una banda sutil, capaz de armonizar un concierto de violines o desfogarse con una sesión de punk.