Síguenos en redes sociales:

Terreno abierto para hacer política

Llega el reto de acordar presupuestos, que son un síntoma de capacidad de acuerdo y, en Araba, de estabilidad

LOS presupuestos de cualquier institución son la base de la acción política y, sobre todo, de la cobertura de las necesidades de los ciudadanos. En la práctica, un alto porcentaje de los mismos están año tras año comprometidos en gastos y coberturas recurrentes, desde salarios públicos a costes básicos de servicios sociales. El modelo de bienestar, especialmente identificable en Euskadi por las características específicas que ostenta respecto a su entorno, concita en el caso de los partidos vascos un consenso suficientemente amplio como para servir de base sobre la que desarrollar un modelo presupuestario determinado. Al menos un consenso verbal porque, lógicamente, no hay ningún partido político que se muestre dispuesto a desmarcarse del discurso de salvaguarda de derechos y servicios aunque esto suponga que, en la práctica, los márgenes de la propia estructura presupuestaria del conjunto de las instituciones del país achican sensiblemente a su vez los de la especificidad de cada uno de esos partidos a la hora de marcar una impronta distintiva en las cuentas. Pero el diablo está en los detalles. Tanto es así que un diferencial de criterio de un 1 o un 2% del presupuesto de un Ayuntamiento o una Diputación puede imposibilitar un acuerdo presupuestario.

Conscientes de ello, de la dificultad de forjar mayorías y de la necesidad de hacerlo desde la cesión de las partes, el PP descabalgado de las instituciones alavesas acuñó su reproche al PNV de haber formado gobiernos débiles, cuando no directamente sometidos a los criterios ajenos. Es un discurso útil éste cuando uno tiene que justificar el enroque y la incapacidad propia para influir y ser un interlocutor político útil porque permite anticipar que cualquier acuerdo ajeno con otras fuerzas es fruto de la debilidad. Y la ausencia del mismo, también.

En Araba, el PP maneja esa dialéctica desde que perdió Ayuntamientos y Diputación. Especialmente en este territorio existe terreno de juego político para la negociación porque el acuerdo de PNV y PSE no alcanza a asegurar mayorías. El encarrilamiento del diálogo con EH Bildu abre la puerta a una estabilidad presupuestaria que, siendo la base de la acción de Gobierno, debería permitir una normalización de la acción política.

Normalización en el sentido de establecer en las instituciones del territorio la evidencia de que los Gobierno salidos de las últimas elecciones municipales y forales van a garantizar el modelo de bienestar a los ciudadanos. Esto debería tranquilizar el clima político, aunque la estrategia de construir permanentemente ficciones de inestabilidad y discursos de desastre en la administración de los intereses comunes sea golosa en las fechas preelectorales vigentes durante los próximos meses.

Pero consolidar ese clima y mantenerlo compete en primer lugar a quienes están en disposición de alcanzar los acuerdos que lo propicien. Al PNV siendo firme en su responsabilidad de gobierno pero consciente de su minoría; al PSE y, en su caso, a EH Bildu, modulando sus legítimas estrategias de oposición con su compromiso con la estabilidad. Y también al PP, que tiene pendiente construir una nueva relación con el resto de fuerzas para salir del rincón en el que se ha situado.