EL fútbol tiene cosas evidentes. Por ejemplo, hacia el minuto cuarenta de partido Asier Illarramendi le hace un parada que ni Luis Arkonada en sus mejores tiempos a disparo de Aritz Aduriz y evita un gol cantado, pero como todo el mundo sabe Illarramendi es centrocampista y según el reglamento no entra entre sus atribuciones la potestad de golpear el balón con los brazos en el área de su propio equipo pues, si lo hace, el árbitro va y pita penalti y te mete en un buen lío. Pero el fútbol, de ahí que sea tan cabrón, apasionante y follonero, también tiene cosas no evidentes que dependen del capricho de los dioses, el albur, el factor suerte o los pálpitos del colegiado de turno, que a lo mejor a comido de cine en la bella Donostia y siente luego como predisposición, que es una señal de agradecimiento.

No digo que sea el caso de Carlos Velasco Carballo, el árbitro madrileño que dirigió el derbi, válgame el cielo. Lejos de mí hacer insinuaciones de semejante calibre, sino todo lo contrario. Velasco Carballo, que además de haber sido elegido por la FIFA para arbitrar en el Mundial de Brasil’2014, es todo un ingeniero industrial, tomó la decisión que tomó en base a cálculos y empeño por graduar su influencia en el partido lo menos posible.

Sin embargo Illarramendi hizo un penalti como una casa, según pudo comprobar toda la hinchada arremolinada en Anoeta, los ayudantes de Velasco y no te cuento nada los que vieron la acción de marras por televisión, con todo lujo de detalles y ángulos de cámara. Pero el trencilla se acogió a su potestad para interpretar el reglamento y lo hizo en base a las consecuencias: Si pito penalti, se dijo Velasco (es una hipótesis), debo enseñar una cartulina amarilla a Illarramendi y, como ya tenía otra, expulsarle, terciando poderosamente en el devenir partido, pues es probable que el Athletic transforme la jugada en gol y la Real sufra un castigo doble al quedarse con un futbolista menos. O sea, que me cargo el encuentro.

Pero, ¡ay amigo!, la desazón le golpeó duro a Velasco poco después, durante el descanso. Su móvil echaba chispas. Primero su mujer: amor, te equivocaste. Sobre todo le hizo verdadero daño la opinión de un primo que tiene en Cuenca, pues le inspira mucha confianza por la ponderación con la que suele exponerle su criterio: Macho, las has cagado. ¡Vaya penalti!

El escenario dibujado tampoco es nada nuevo en este mundillo y aquí surge otro intríngulis: el apretón de conciencia, que a modo de perversa sirenita del mar predispone al árbitro a una reparación. A nadie extraña entonces que el colegiado, acuciado por el remordimiento, encuentre un agarrón susceptible de ser sancionado con las pena máxima y, en consecuencia, la excusa perfecta para deshacer el entuerto anterior.

Pero Velasco Carballo, internacional, ingeniero y con muchas tablas en el asunto del qué dirán, sabía de sobra que actuar a golpe de arrepentimiento para contrarrestar un error tan flagrante habría sido como un cante por peteneras, con lo cual el remedio habría sido peor que la enfermedad para su reputación de colegiado de abolengo, y así continuó Velasco, impávido hasta el pitido final. Y así terminó el derbi, impetuoso y de escaso fútbol, como tantos otros derbis disputados en los últimos tiempos. Y así sigue el Athletic, en el limbo, tal y como estaba hace un año cumplida la sexta jornada, con cuatro raquíticos puntos, salvo que ya han pasado por el calendario los dos sacamuelas, el Barça y el Madrid, y también la Real Sociedad y Anoeta, con las ganas que nos tienen. Y ya se sabe como concluyó la pasada temporada, con la clasificación europea y una controvertida final de Copa que misteriosamente aún está pendiente de conocer el alcance de las imputaciones penales. Me da que ahora, tras las elecciones catalanas...