ES difícil ponerle nota al pleno parlamentario de ayer. En su contra juega que la consideración de banderazo de salida del curso político eleva la expectativa. El momento político también parece envolverlo todo, aunque solo sea por ese aura de proceso constituyente que rodea a las próximas citas electorales catalana y española. De modo que el discurso del lehendakari no podía eludir esas variables y a ellas se adaptó.
Una necesidad que no tenía nadie más en la amplia bancada de la oposición y, en consecuencia, acudieron sin sorpresas, sujetando sus intervenciones desde las posiciones que les son más propias. Y más cómodas también. Quizá por eso hizo fortuna el concepto de nación foral que posicionó el lehendakari en el centro de la sesión. No requirió un gran desarrollo argumental, pero se ganó un espacio principal porque se salía de las previsiones de todos. En consecuencia, la primera tentación de los portavoces de la oposición fue minusvalorar el concepto verbalmente mientras digerían su verdadero alcance.
Y llegó el juego de desviar la atención del debate a cuestionar la gestión del gobierno o su capacidad de iniciativa. Para haber transitado ese camino deberían haber acuñado una provisión de alternativas de la que no hicieron gala Maneiro, Quiroga, Mendia ni Arraiz. Cada uno de ellos quiso jugar con sus propias pelotas en ese frontón. Quiroga aferrada a titulares de prensa ya superados por los hechos -la presunta y desmentida propuesta de homenajear a militantes de ETA o la “floja recaudación”, que este año superará a la del pasado-; Mendia con su presunción adaptada de aquella célebre estrategia de gobernar desde la oposición que padeció en sus carnes en la anterior legislatura; Arraiz puso en evidencia por qué es él y no Barrena el interlocutor político dentro y fuera del Parlamento Vasco; y Maneiro? Maneiro se fue feliz de su propio discurso y así lo confesó.
Pero -seguramente unos antes que otros- todos habrán caído ya en la cuenta de que, tras ratificar y reforzar su acción de gobierno en las estrategias ya activadas en materia de empleo, reactivación económica y políticas sociales; tras reivindicar la necesidad social de concluir el proceso de paz y convivencia con la apertura de un escenario nítidamente post ETA, el lehendakari puso de manifiesto que su tercer eje, el del autogobierno, tiene un sólido cuerpo legal en Estatuto y Constitución. Detrás de su concepto de nación foral hay un sustento que no requiere de reformas constituyentes improvisadas ni de voluntades lanzadas a impulsos de riñón pero que apela directamente al papel que las fuerzas políticas vascas tienen encomendado: posibilitar el desarrollo del país.
De modo que, casi sin que lo notara nadie, Urkullu salió ayer del Parlamento después de ponerse y de poner etxerako lanak a las fuerzas políticas allí representadas y a las que aún no lo están. Tareas a desarrollar en ese foro y en cuantos se sustancien de modo bilateral o multilateral. Con el horizonte de un acuerdo mayoritario que permita profundizar en el reconocimiento de la capacidad soberana del pueblo vasco. La víspera no parecía que fuese a dar tanto de sí, la verdad.