LA lluvia acudió a la cita, y luego apareció sobre San Mamés un tibio sol que impregnó el ambiente de buenas sensaciones. El verano se va diluyendo cadenciosamente, se acerca el otoño, los chicos ya están en el cole y el cuerpo se prepara para el cambio estacional sin sobresaltos.
A semejante modorra invitaba el partido del Athletic frente al Getafe, último y penúltimo clasificados frente a frente. Sin alarmismos, como no puede ser de otra forma en los albores de la temporada, pero con la comezón corriendo ya por la espalda. La comezón, si no se quita a tiempo, es muy jodida luego, pues si por un casual el Getafe hubiera ganando en La Catedral... (recuerdan el carrusel de despropósitos de la pasada campaña, ¿verdad?).
Sin embargo no había predisposición a los malos augurios entre la parroquia rojiblanca, que acudió a la cita abstrayéndose de la coyuntura (el furgón de cola), sino más bien al contrario, como muy ilusionada por ver a su nueva perla: Raúl García. Los medios de comunicación pusimos por las nubes al brioso navarro, no en vano se aplacó enseguida cualquier suspicacia por batallas pasadas, fue un fichaje a precio juicioso teniendo en cuenta los atracos que le suelen dar al Athletic por medianías, y hubo consenso en apreciar que la suya era la mejor inversión posible para un refuerzo con garantías. Además, el mozo se presentó en sociedad con humildad franciscana y por eso daban hasta ganas de estrecharle contra el pecho en señal de bienvenida.
Comenzado el partido, el temprano gol de Aduriz no hizo más que refrendar las buenas sensaciones. La joya del Athletic sigue en forma, brilla con más lustre según pasan los años, parece que levita cuando salta hasta las nubes y hubo mucho laboratorio en la fantástica transformación del 1-0. Entonces nos frotamos las manos al imaginar esas jugadas de estrategia que están por venir: Aduriz, San José, Etxeita o el ausente Laporte y, a partir de ahora, Raúl García al remate. ¡Que tiemblen las defensas rivales!, como en los tiempos de Goiko y Liceranzu.
El buen pálpito tomó forma hacia el minuto 24, cuando Raúl García anotó de cabeza su primer gol con la zamarra rojiblanca. Lo que se dice llegar y besar el santo. Y si encima encaja, como parece, en esa demarcación que tanto dolor de cabeza causó a Ernesto Valverde... El balón le llegó a García con mucho temple, y nos preguntamos: ¿Será cierto que Susaeta ha recobrado el duende? Beñat cabalgaba sobre el campo como un mariscal con mando en plaza, el novicio Lekue no desentona... Los hinchas tomaron posturita en sus asientos en la convicción que ni un mal pedrisco sería capaz de alterar la bonanza del partido.
Al poco de salvar San José un gol sobre la línea, Iraizoz la pifió en el remate de Velázquez, el marcador se puso en un amenazante 2-1 y la tranquilidad se fue al cuerno. Porque una cosa es que el hincha coja posturita y se arrogue la licencia de vivir una tarde de fútbol sin marejada y otra es que los jugadores hagan lo mismo, rebajen la tensión exigida, se confíen y den el pan por comido antes de tiempo. No hay enemigo pequeño para el Athletic, como bien demostró el Eibar. Valverde reaccionó y movió banquillo. Los chicos tomaron nota y Aduriz puso la rúbrica en perfecta sincronía con Eraso. Y espantados los fantasmas, San Mamés recobró la paz.