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Huelga, fútbol club

dos razones contradictorias para entender la huelga del fútbol: primera, todas las huelgas son por dinero, el 1% en el convenio o mil millones en el IRPF, cuestión de escala; y segunda, el Athletic de Bilbao es el único de los 42 clubes de la LFP que votó en contra del decreto de comercialización centralizada de los derechos televisivos que ha provocado la contienda. Sólo por esto el parón tiene mis simpatías, incluso a riesgo de quedarme sin planes para la final de Copa. Los aficionados al balompié y sus cronistas deberían recapacitar sobre el valor cualitativo de la posición antisistema del Athletic, puesto que camina - contigo y todos los rebeldes- en sentido contrario de un modelo enloquecido y absurdo.

Lo que está en juego es un mayor poder para la televisión de pago, en la que fútbol y Gobierno son accionistas tácticos. Escuchen a Javier Tebas y Miguel Cardenal y comprobarán su común entusiasmo por la tele de abono. Los clubes están atrapados en la urgencia de aumentar sus ingresos. Y el pay per view es su salida, a la vez que única opción para los canales digitales de alcanzar cifras rentables de suscriptores. Ambos inflan una burbuja inmoral, como la banca y los constructores en su día. ¿Esta ansiedad convierte en héroe a Villar, eterno líder de la Federación? No, pero su postura enmienda el creciente desequilibrio entre la base y la altura de este deporte. Equilibrio: gestión pragmática y compasiva de un mundo dual, eternamente conflictivo.

En mala hora el fútbol y la televisión se hicieron socios en comandita, pues de aquella alianza surgió la actual desmesura. Su objetivo estratégico es traspasar la permeable conciencia de la gente con el mensaje de que suscribirse a la tele es un factor de distinción y clase. Se abre otra brecha social: los ciudadanos que tienen acceso a canales de pago y los que no, ser felices o unos pringados. Digo que estamos ante un episodio más de la guerra a muerte de lo global contra lo local. Puedes frivolizar o defenderte. Al final, nos juzgarán por la grandeza de no rendirnos.