DESPUÉS de cinco victorias consecutivas no le tenemos miedo a ningún rival, bramó tras la victoria frente al Almería Ernesto Valverde (lo de bramar no es correcto, pero es que le da tanto énfasis al asunto...). “No renunciamos a nada”, prosiguió el técnico del Athletic, de natural hombre ponderado, aunque razón no le falta para expresar tanto entusiasmo: han tenido que pasar la friolera de 30 años para encontrar un acontecimiento semejante. La comparación, sin embargo, tiene trampa, porque inmediatamente nos retrotrae a lo que pudo haber sido y no fue si el Athletic hubiera mantenido una mínima regularidad a lo largo del campeonato, en vez de malgastar su ciencia y la paciencia de su feligresía perdiendo en San Mamés contra todos los zascandiles de la categoría, como el Córdoba, Granada o Elche, por ejemplo. Pero no merece echar la vista atrás, porque tampoco sirve de nada, y menos cuando se abre un panorama cargado de nuevas perspectivas y retos, como alcanzar esa séptima posición que garantice una plaza europea la próxima temporada y mantener refulgente la llama de la competición hasta el 30 de mayo, fecha señalada para la final de Copa.
“No tenemos miedo a ningún rival”, clamó Ernesto, y lo dijo antes de ver el Barça-Real Madrid, porque si lo llega a decir después seguro que esta vez lo declama bramando de verdad. Recuerden: el Athletic derrotó quince días atrás al Real Madrid dominándole como quien dice de principio a fin y el Barça anoche las pasó canutas, y desde luego tuvo mucha suerte, sobre todo en la primera parte, tiempo durante el cual la escuadra de Ancelotti le pudo hacer a los azulgrana un roto irremediable.
El fútbol es tan imprevisible y tramposo que permite silogismos como este, o que el Athletic navegue a la deriva durante buena parte de la temporada y ahora, en el tramo final de la singladura, despliegue velas con rumbo a puerto seguro y espérate, que igual les vuelve a entrar la desconfianza y la tontura...
Así que mantengamos la cordura necesaria y conveniente, pero... ¿acaso no somos hinchas? y este invento, el fútbol, ¿que sería sin la pasión y las vacuas elucubraciones?
En consecuencia, la Liga ya tiene un claro favorito: el Barça, que le saca al Madrid cuatro puntos de diferencia a falta de diez partidos para la conclusión del campeonato, al menos hasta que no se demuestre lo contrario.
En la comida protocolaria previa al Clásico Josep María Bartomeu le soltó a Florentino Pérez, en plena ingesta de un suquet de peix amb cloïsses: ¿Y que me dices del Bernabéu como sede de la final, colega? Cuentan que al presidente del Real Madrid se le atragantó el peix, de súbito demudó el rostro y no necesitó contestar verbalmente a la incómoda pregunta de Bartomeu para expresar vivamente su opinión, o sea, que el Bernabéu aquel día, si hace falta, estará otra vez de obras, pero jamás contemplará a la marabunta culé celebrando el título con regodeo en el sagrado templo de los merengones. Pero, ¡cuidado!, que tenemos a Valverde crecido: “No tenemos miedo a ningún rival”, es decir, que hay que jugar el partido.
Y mientras tanto, gente como María Dolores de Cospedal, a quien el fútbol y sus circunstancias le importan un guano, como a Esperanza Aguirre, y para no ser menos que su entrañable enemiga, no pudo resistirse a opinar sobre la cuestión, tan proclive a la demagogia (la hipótesis de la pitada al himno o al rey, o a ambos dos), mostrándose partidaria de desalojar a quienes lo hagan. Pero esta mujer, por Dios, ¿seguro que piensa lo que dice? ¿Alguien se puede imaginar esta situación?
Dado que el Athletic es proclive incluso de jugar la final en La Catedral, escuché el otro día al gran Dani Ruiz Bazán proponiendo al respecto: San Mamés o el Camp Nou, y echar a suertes. Y aquí paz (si nos dejan) y en Madrid gloria.
Lo lejos que está ese día y sin embargo cuanta inquina suscita. Para entonces el Athletic sabrá si ha alcanzado la meta europea. Y Messi, como ayer, y el Barça seguro que están demasiado distraídos en empresas mayores, tal vez la final de la Champions, a la semana siguiente.