Presuntas noticias
LA ansiedad informativa no figura en el listado oficial de los padecimientos por angustia, probablemente porque es artificial. Primero se genera una psicosis colectiva sobre un hecho amenazante, exagerando su relevancia, y después se empacha a las masas con el éxtasis de su resolución para configurar una ficción de seguridad salvadora. Tu paz está en nuestras manos, te dicen. La alarma social es un estado informativo y emocional diligenciado por el poder con la inestimable cooperación de la tele. El caso del pederasta de Madrid es la exposición del arte de la ansiedad prefabricada en la televisión y producido por el Ministerio del Interior. Su delegada en la capital creó el espantajo del enemigo público número uno y con él un desmesurado clima de miedo alimentado por la carrera de las cadenas privadas a lo largo de meses hacia la mayor inquietud y misterio sobre el monstruo.
Y todo este adviento para que llegado el día -oportunamente calculado- los héroes uniformados anunciaran la caída del villano. Ana Rosa como oficiante y Susana Griso como segunda sacerdotisa fueron las portavoces de la presunta noticia, sin presunto culpable, sin presuntos derechos civiles, sin presuntas pruebas, sin presunto sigilo judicial y sin presunta responsabilidad informativa. ¡Qué mañana teatral la de aquel miércoles! Hacia las 9.30, la cháchara tertuliana cesó de hablar de Gallardón, del aborto y la crisis del Gobierno, para ocuparse del malhechor, reincidente y mafioso, porque el gran jurado de la tele ya había dictado el veredicto de condena por orden ministerial. Qué importa si luego no puede probarse su incriminación: lo esencial era que las cámaras recogiesen el aplauso popular a la divina providencia del sistema.
Daba dolor ver los telediarios y subsiguientes debates haciendo copia y pega de la información unilateral del Ministerio, sin contraste ni mesura, hasta el punto de aventurarse en el detalle peliculero de que el omnipotente FBI había intervenido en la caza. Ya te digo: cuando escuches la palabra presunto échate a temblar.