DE vísperas, Ernesto Valverde calificó de “fundamental” ganar al Granada, y sin embargo hizo todo lo contrario de lo que proclamó, es decir, puso en liza un equipo de (mal) apaño. Una de dos. O bien lo de “fundamental” era mero formalismo o Valverde tenía en tan baja estima la capacidad del equipo andaluz para hacer daño en San Mamés que se pasó de listo en uno de esos ataques de entrenador que de vez en cuando les entra a estos sagaces hombres. En ambos casos me parece un desprecio evidente a la espartana tropa de Caparrós. Porque, si necesariamente había que refrescar al equipo rojiblanco de forma drástica en un partido concreto, ¿qué mejor oportunidad la de haberlo hecho frente al Barça?, teniendo en cuenta que por lógica, antecedentes y estadísticas la derrota estaba asegurada, salvo casualidad o intervención divina.
Pero, claro, bajo los focos y la solemnidad que imprime el Nou Camp a ver quién es el valiente que opta por el sentido práctico, aunque le saquen cantares. Recuerdo que el difunto Manolo Preciado puso ocho suplentes para jugar con el Sporting en el coliseo azulgrana en la temporada 2010-11 y, aunque tan solo perdió por 1-0, Mourinho, que entonces dirigía al Madrid, saltó a la palestra para acusar a Preciado de “regalar” el partido. Desde luego el entrenador cántabro no se mordió la lengua, llamó “canalla y mal compañero” al preparador luso y se armó la mundial. La temporada siguiente Javier Clemente tomó las riendas del Sporting y volvió a hacer la misma en el estadio barcelonista. Perdió (3-1) igualmente, no sin poner en ciertos aprietos a los azulgrana.
Al Athletic le cayeron dos y desde luego que el esfuerzo pasó su factura frente al Shakhtar Donetsk, pero tampoco me imagino a Ernesto Valverde presentándose en el Nou Camp sin sus mejores galanuras, por muy funcional que hubiera sido reservar a un puñado de sus mejores muchachos para la esperadísima cita con la Champions.
Sin duda que la exigencia física y futbolística del partido, más los problemas musculares que aparecieron en algunos jugadores (Ibai, Laporte) probablemente empujaron al entrenador a realizar una profunda reestructuración, apostando descaradamente por savia nueva. Unai López parece que centellea arropado por los jugadores que configuran el equipo fetén, pero formando la línea de construcción con Erik Morán aquello se vino estrepitosamente abajo. La pareja de centrales (Etxeita, San José) estaba inédita. Muniain estuvo perdido; Iturraspe, sobrepasado por las circunstancias y marcado de una pérdida de balón que fue decisiva para situar la derrota. Markel Susaeta sigue sin dar señales de vida. Aduriz se desesperaba en su lucha titánica por encontrar un gol. La entrada de Mikel Rico (convertido en pieza fundamental) y la cicatería del rival, que bajo la máxima caparrosiana déjate de imagen, clasificación amigo renunció al balón para dedicarse concienzudamente a conservar su ventaja, permitió un bravo y estéril dominio del Athletic en la segunda parte, recreando la perspectiva de la impotencia y visualizando el vértigo que debió sufrir Ernesto Valverde cuando apostó tan fuerte.
Se comprueba que no resulta nada fácil administrar el fabuloso éxito y sus consecuencias (compaginar la dura Liga, y luego la Copa, con la exigente Champions) de la pasada temporada. No hay recambios eficaces para dar descanso y oxigenar a los futbolistas habituales. Ahora mismo, una lesión de Aduriz, forzado a sus 33 años a jugarlo todo, simplemente provocaría el pánico. Sin él, ¿quien diablos mete un gol? ¿San José rematando un córner? ¿Y los delanteros? Kike Sola está condenado al destierro (¿tan evidente es su desgana?). Guillermo tan solo ha anotado un tanto en los once partidos ligueros (264 minutos) que ha disputado con el primer equipo. De Viguera.., pues eso. Qué quiere que les diga. Les vi desfilar sin nervio ni atino ante el Granada y en esas eché de menos a Gaizka Toquero. Probablemente no marcará un gol ni al arco iris (como los otros), pero irradia un entusiasmo que se contagia a la grada; genera una convulsión que salpica al equipo. No hay más cera que la que arde; o sea, que Valverde tampoco cometió ninguna locura.