lA primera jornada de la Liga BBVA nos ha dejado dos goles antológicos, y sin embargo uno se ha quedado en birria y el otro adquiere la dimensión de lo histórico. Fue anotado por Javi Lara, un esforzado de la ruta futbolística, que después de desplegar su carrera en trece modestos equipos atrapa un pedazo de gloria convertido en el primer jugador del Eibar que anota un gol en Primera. Porque, ¡es cierto!, el Eibar compite en la máxima categoría a los 74 años de vida y refulge con toda su humildad en el mapa mundial. Con 18 millones de euros de presupuesto, el más bajo de la División, sale dispuesto a fajarse espartanamente, articulado sobre un grupo de tíos rudos que hace dos años se curraban la pana en Segunda B. Bien lo pudo comprobar la Real Sociedad, la víctima que dio un lustre especial al estreno. Qué jodido es el fútbol y sus caprichos. Jamás había perdido la Real con el Eibar en un partido oficial, pero el calendario dispuso para empezar la Liga un derbi guipuzcoano que ya está marcado a fuego: el histórico encuentro cayó del lado armero, para desdoro de los txuri-urdin que en ningún momento supieron hincarle el diente a su incómodo rival. Pero a la vez es un aviso para navegantes. La Real acabó la singular cita humillada, camino de la UVI, pero el balón fue sacado en camilla de puro maltrato. Porque el Eibar avisa: déjense las cabriolas con la pelota para los estadios grandiosos y de abolengo. Quien quiera ganar en Ipurua tendrá que tirar de pico y pala, sudar tinta china y añadir gota gorda de calidad que marquen la diferencia entre la opulencia y la sobriedad absoluta.
El otro gol antológico lo transformó en adefesio el simpar Mateu Lahoz, lo cual llenó de enojo visceral al hincha rojiblanco, que ya se relamía de gusto con el punto que voló en el último estertor del Málaga-Athletic. Ese pequeño tesoro hubiera puesto sordina al lamentable comienzo liguero que tuvo la tropa rojiblanca, que de momento tiene licencia para tropezar, absorta como está en su transcendental batalla con el Nápoles en pos de una plaza en el selectivo club de la Champions. Ahí saltó, poderoso, Gorka Iraizoz, marcando los tiempos como mandan los cánones, cabecear el balón con brío y batir a su colega del Málaga. Que un portero haga eso, y en el último instante, y que un relamido árbitro destruya semejante obra de arte porque sí, entre el pasmo general, cabrea, hay que reconocerlo. El hincha aún tuvo tiempo de asistir a un intento de estrangulamiento del guardameta Kameni sobre el cuello de Aduriz, lo cual añadió más inquina a la situación. Así que el hincha, de lo malo, salió hasta reconfortado de la pifia arbitral porque del partido se quedó con esas dos brutales estampas en la retina, vividas como una pasajera pesadilla, y convenir que el asunto de Málaga fue un robo a mano armada, porque su mente está y el corazón palpita a ritmo de la Champions, la dimensión sideral del fútbol.
Pero más allá de las vísceras conviene desgranar un poco tan infausto partido. En primer lugar para advertir sobre el exceso de confianza mostrado por los muchachos de Ernesto Valverde tras unos minutos de tanteo, comprobada la cautela, que no temor, de los malacitanos. Se sintieron mejores sin evidenciarlo, bajaron el diapasón competitivo, encajaron el tanto andaluz consecuencia de un lamentable error de Gurpegi, y para cuando trataron de reaccionar les pudo el apuro, y al final estalló la traca, encendida por un valenciano de pro como es Mateu Lahoz.
Hay que destacar en lo que se merece la prestancia de Iker Muniain, clave en Nápoles y muy meritoria en Málaga. Valverde le resituó tras el descanso sobre la demarcación dejada vacante por Ander Herrera, comprobado que el sustituto natural, por decirlo así, como es Beñat, sigue sin estar a la altura de las circunstancias. Se fue Javi Martínez y su ausencia permitió medrar a Iturraspe, como las de Amorebieta y Llorente a Laporte y Aduriz. El Athletic se revitaliza con cada rama que le cortan. Es un árbol poderoso que busca restañar la cicatriz dejada por Herrera. ¿Será Muniain? Tiene condiciones. Y toda la pinta.