Los dioses están de broma
Pero qué puñetero es el fútbol. Estadio Insular de Las Palmas. Se juega el primero de los tres minutos añadidos por el árbitro y centenares de hinchas canariones se van descolgando desde las gradas al recinto deportivo por una pared de unos tres metros con ánimo de invadir el césped festejando de antemano el ascenso a Primera División. El árbitro se planta. Detiene el partido. "Mientras esté la gente tan cerca, no se juega". Calma angustiosa. Euforia incontenida. Pasa el tiempo, crece la tensión. Por fin, el personal se retira hacia el muro presionado por la Policía y la seguridad del estadio. Se reanuda el encuentro. Sólo quedan cuarenta segundos. Pero los futbolistas del equipo canario han perdido la concentración. Ataque de nervios. Marca el Córdoba en una jugada absurda. Empata. Las emociones dan un vuelco total. El teatro de los sueños se transforma en una descomunal pesadilla. Los aficionados que están en la grada la toman con los de abajo. Les culpan de la brutal decepción. Se arrojan objetos. Los del Córdoba se frotan los ojos incrédulos. Están perplejos. Tardan en reaccionar ¡El Córdoba en Primera, 42 años después...!
Viendo la secuencia por televisión me fue imposible reprimir una sonrisa cómplice a causa de tan espectacular pirueta del destino, como si el partido hubiera sido urdido por los dioses griegos, tan dados a divertirse con los humanos a capricho, generalmente con ánimo de fastidiar. En cierto modo fue una especie de haraquiri colectivo, la comprobación palmaria de que con el fútbol nunca se puede cantar victoria hasta el pitido final.
Esos mismos dioses están de antojo por Brasil, pues no se explica de otra manera el partido que le aguarda hoy ante Australia a la selección española, que lleva camino de convertirse en el peor equipo de los treinta y dos que disputan la Copa del Mundo. De momento es el más goleado y tan solo presenta un tanto a favor, y de penalti. Mentalmente frágiles, sin ánimo, escasamente competitivos, físicamente descompensados y estafadores de guante blanco. Es una ruina, y como tal hay que mostrarla, dejando al margen, porque precisamente recordarla agranda el dislate cometido, los éxitos pretéritos. Vicente del Bosque ya barruntaba meses atrás lo que podía venir ("les he mirado a los ojos y no he visto hambre de gloria") y nada supo hacer para remediarlo. Ni ante Holanda y menos aún en la final contra a Chile, que impartió una soberana lección de ganas de ganar y de fragor competitivo a los reputados componentes de la selección española. Del Bosque se refugia únicamente en cuestiones deportivas para justificar la debacle y no encuentra razones para dimitir como responsable directo de una decepción histórica. Sí, claro, está el pasado. Pero resulta que Del Bosque heredó un estilo de juego y una fantástica generación de futbolistas de Luis Aragonés, articulados en torno al Barça y bajo la batuta sinfónica de Xavi Hernández, a quien precisamente borró del encuentro frente a Chile, y eso era como culparle de la tremenda derrota en el primer choque mundialista. Del Bosque, que sí ha sido un buen gestor del virtuosismo y del excelente trabajo realizado por otros, parecía tener mano izquierda para manejarse con tan amplio elenco de figuras, pero ahora le ha faltado hasta eso.
Se acaba el Mundial para la selección española con un partido-castigo ante Australia, donde no cabe ni un ápice de reparación a lo ya consumado, y sí el riesgo de embozarse con más barro. Acaba el Mundial así de menesteroso y lo siento por Elena Alfaro, la madre coraje que inició una campaña para pedir a los jugadores de la selección que donaran parte de las primas pactadas para los comedores escolares, y lo siento todavía más porque se tenga que mendigar de esta forma para paliar un derecho que corresponde cubrir a las administraciones. Ha sido tan escandalosa la descomposición de la antaño excelsa selección española que del Mundial brasileño quedará el eco de la codicia reflejada en la desmesura de las primas y el antológico fracaso deportivo. Por no haber ni hubo una autocrítica sincera, salvo en Xabi Alonso. Y le dejaron solo, pandilla de hipócritas.