Tengo un compañero, de Gernika, que si me pilla ponderando en lo que se merece la figura de Diego Cholo Simeone, líder, caudillo, sofrólogo, hechicero, embaucador y excelente entrenador, siempre me recuerda, y me lo lanza como una descarga de escopeta, el boquete que el argentino abrió en el muslo derecho de Julen Guerrero allá por 1996, cuando el Atlético de Madrid ganó su último título liguero y entonces Simeone pasaba por ser un rudo futbolista con probada fama de pendenciero. Han pasado muchos años, le digo a este crítico implacable, que va por la vida como que nada sabe de fútbol pero en su mente habita una enciclopedia ilustrada sobre la cosa, y el Cholo ha logrado el prodigio de romper con la tiranía del Barça y el Real Madrid teniendo un presupuesto que no alcanza ni a la cuarta parte de cada uno de sus feroces antagonistas. Entonces me responde con tono solemne que el Atlético de Madrid es un club entrampado, con una deuda enorme, lo cual no le ha impedido fichar a buenos jugadores pudiendo competir en ilícita ventaja contra los clubes honrados como el Athletic, que gastan según sus posibilidades. Así que, ¿de verdad que es tan grande el mérito de los colchoneros? Como no soy muy de discutir y sé que el gernikarra en cuestión es en realidad un cachondo mental y como tal sobreactúa, le doy la razón y de paso le recuerdo que el Atlético es una criatura que surgió de madre vizcaina en tiempos de Maricastaña por ver si le saco de quicio, y me encuentro a modo de contestación con otra de sus fobias, el Real Madrid, a quien los árbitros siempre ayudan haciendo gala de impudicia, me dice, y es en ese momento cuando claudico y me rindo. Hay gente así. De convicciones insobornables. Iluminados que se empeñan con una idea y saben inocularla en la mente de sus discípulos hasta abducirlos. Cuando el Atlético de Madrid perdió por lesión a Diego Costa y Arda Turan, dos jugadores básicos, y después Alexis anotó aquel magnífico gol para el Barça, ya me imaginé la película: es la leyenda del Pupas, que ataca de la forma más virulenta posible para más gloria de Messi, que de vísperas había ampliado su contrato hasta los 20 millones netos por temporada y lo festejaba con otro título bajo la ley del mínimo esfuerzo. La determinación, el espíritu (el Cholismo, proclaman), la entrega y el libreto futbolístico que los jugadores del Atlético emplearon para rebelarse contra la fatalidad fue digno de encomio, y de justicia, pues a lo largo de la temporada se han mostrado así de resueltos e implacables. Cuenta Simeone que se percataron de que podían cuando derrotaron al Athletic en su flamante San Mamés doblegando a tan furioso contrincante echándole casta, rigor, coraje y suerte. El Atlético de Madrid tan solo ha tenido una pájara apreciable: en El Sadar, donde Osasuna le cascó un rotundo 3-0. ¡Qué tiempos aquellos...! Desde entonces, los rojillos iniciaron un paulatino declive, una larga agonía que concluyó ayer con el descenso a Segunda después de catorce años consecutivos entre los grandes, desde que el equipo navarro ascendió con Lotina al timón. Parece un capricho del destino y es una paradoja: el Almería, que ratificó frente al Athletic su permanencia en la máxima categoría, ascendió con Javi Gracia como entrenador. El técnico pamplonés decidió no renovar y marcharse al paro, y su lugar lo ocupó el bisoño Francisco. Lo cierto es que por aquel entonces corría un fuerte rumor por la Vieja Iruñea. Que Gracia, pariente de un directivo del club rojillo, acabaría más temprano que tarde dirigiendo a Osasuna, cuyo presidente, Miguel Archanco, no había tenido otra que renovar a José Luis Mendilibar porque así constaba en el contrato si salvaba, y así lo hizo, al equipo del descenso. Tras la tercera jornada, Mendilibar era destituido. Y entraba Javi Gracia, un secreto a voces. No merece la pena darle más vueltas. Qué hubiera pasado si al técnico vizcaino, como es lógico porque siempre fue así, le hubieran dado tiempo y paciencia. La afición rojilla encajó el descenso con cánticos de fidelidad, arrullando con amor al bravo Patxi Puñal, un símbolo, que a sus 38 años y 513 partidos de osasunista fetén se retiró masticando hiel.